
Por Pablo Fiftín Castellanos, monitor y encargado web.
Hace apenas una semana que volví a casa por fin después de esta aventura y aún no me he terminado de acostumbrar a despertarme sin estar rodeado de gente y sin un megáfono sonando por los alrededores.
Me sigue costando pensar que va a pasar aún bastante tiempo hasta que pueda volver a ver a toda la gente que me ha hecho de familia estos 37 días, acompañándome tanto en los momentos buenos como en los momentos malos, que por supuesto, ha habido. Por suerte, gracias a todos ellos, los momentos malos pasaban siempre a un segundo plano, completamente carentes de importancia frente a todas las risas y el buen humor que podíamos encontrar una y otra vez en el campamento.
Como monitor he tenido más de un momento (para que engañarnos) de querer matar a varios de los miembros de mi grupo, pero puedo decir sin lugar a dudas que también tenido más momentos que nadie de sentirme orgulloso y feliz de ver cómo han ido cambiando todos (o casi todos) ellos con el tiempo y cómo nos íbamos haciendo la familia que somos ahora.
No sólo ha sido ver cómo iban ellos aprendiendo de la vida de campamento, también ha sido aprender yo de ellos desde el primer al último día. Creo que habría necesitado cientos de cursos de monitor de tiempo libre para aprender a reaccionar ante todas las cosas que hemos pasado.
Diría el tópico ese de que podría escribir mil páginas de todo esto, pero lo cierto es que cuando me pongo a pensar sobre ello tengo la sensación de que se me agolpan las ideas de tal forma que me resulta imposible sacar nada coherente a la luz, así que serían mil páginas plagadas de incoherencias y de inconexiones.
Los que siguieran este blog desde el primer día habrán visto que al principio era yo quien escribía las crónicas diarias, normalmente después de las reuniones de monitores, que ya de por si tenían cierta tendencia a acabar tarde (especialmente esos primeros días) y al final entre unas y otras acababa por escribir prácticamente dormido y sin poder evitar que se me cerrasen los ojos a media crónica (de hecho, más de una noche me quedé dormido sobre el móvil durante un rato mientras la escribía).
Por una serie de causas, dejé el blog en manos de Javier Terrero, que es el mejor cronista que podría haber pedido, además de un gran amigo y compañero de risas, preocupaciones y por suerte, con mejor memoria que yo a la hora de relatar, además de un estilo que ya quisiera yo. Y en ese momento aprendí una de las lecciones que espero que más veces me sirva en la vida, que fue el descubrir mis límites, pero no dejarme encerrar por ellos. Creo que ha sido una sustancial mejora para el blog que haya sido Javi el que se haya quedado encargado de él y una sustancial mejora a mis labores de monitor el que yo lo dejase para otra persona.
Es sólo una de las cosas que podría decir de la Ruta y del blog, pero no quería perder la oportunidad de felicitar a un amigo por el gran trabajo que ha hecho y está haciendo, que creo que es lo mejor que podía escribir.