
Noches como hoy en las que no puedo dejar de pensar son en las cuales me pongo a profundizar en cómo voy cambiando a lo largo de los años sin darme cuenta. Desde antes incluso de iniciar mi proceso de inscripción en la ruta, yo ya me sentía parte de ella; y sin saberlo.
Mi testimonio sobre la ruta 2019 podría remontarse y alargarse como la serie “Cómo conocí a vuestra madre” o podría simplificarlo en breves palabras. Dadas las horas, tenderé a lo primero.
Habiendo sido este mi segundo año en ruta, puedo reafirmar que la ruta está viva. Desde que conocí la existencia de proyectos como este he sentido una llama encendida dentro de mí. Cada año se ha avivado más y más y eso ha sido posible gracias a aquellos que he conocido por el camino. Sonará repetitivo, pero el hecho de convivir con gente de mi generación llena de energía y sueños que persiguen hasta cumplirlos es algo, cuando menos, inspirador para mí.
He de hacer mención especial evidentemente a mi equipo de “Comonencia”. Cada uno ha conseguido sembrar una nueva semilla en mi interior que riegan con cada recuerdo, detalle, visita… Toda noticia que me llega de ellos me invade de una felicidad y orgullo difíciles de explicar. Porque cada uno de ellos es tan distinto y alucinante que estaría horas y horas describiéndolos. Y porque me han demostrado que el destino no es lo más importante.
Por esto y por muchas anécdotas que no se pueden contar, os invito a sumergiros en esta experiencia que solo es el principio. Ojalá tengáis la suerte de compartir un mes con alguno de ellos, pues os aseguro que algo tan tedioso como cocinar, recoger o fregar se convierte en una aventura; la pregunta “¿qué hago aquí?” rápidamente obtiene su respuesta.
Así que gracias Pablo, Irene, Ro, María, Gorke, Lucía, Inés, Gonzalo e Isa por enseñarme que un buen viaje nunca acaba cerca.