
Radiografía de un instante. Por Miguel García Campos, expedicionario.
La mayoría de mis despertares han sido ya borrados de mi mente. El del viernes 15 de agosto, sin embargo, permanecerá vívido en mis pensamientos por mucho tiempo.
Recuerdo levantarme en la terraza del riad Medina de Marrakech. A pesar de que el sueño me había vencido muy avanzada la madrugada, le gané la batalla al despertador y me incorporé justo a tiempo para un fastuoso espectáculo: el último amanecer de la Ruta Inti 2014. A mi espalda, como testigo, el legendario alminar de la Kutubía, teñido por los primeros rayos de sol de la mañana, que para nosotros eran los últimos.
Gracias a que tenía algunos minutos de margen, me volví a sentar para, con la cara tenuemente iluminada por el astro rey, nuestro guía espiritual en esta expedición, tomar conciencia del camino que nos había llevado hasta ese mismo instante en que, paradójicamente, el sol de nuestro viaje llegaba a su ocaso.
Ya lejos quedaba la primera tarde en Buitrago del Lozoya, los primeros contactos con quienes me acompañaron durante más de un mes en esta aventura. Lo que queda de la Ruta son las personas, quienes verdaderamente han dado forma a nuestra experiencia a través de marchas, voluntariados, visitas, yincanas, conversaciones y, en general, un trayecto lleno de vivencias y pasiones.
Pensé en los pináculos de iglesias y mezquitas, en las tornadizas callejuelas de las medinas, en el ardiente desierto, en el escabroso Tubkal. Pensé en nuestra búsqueda, en nuestro camino tras las huellas del legado andalusí. ¿Lo encontramos? Qué más da… lo importante es la emoción del espíritu al recorrer los lugares y descubrir su historia, su cultura, a sus gentes.
Los pájaros se batían en un baile tumultuoso con los primeros claros de la mañana. Tal vez eran ellos quienes, inconscientemente, mejor comprendían a los ruteros que fuimos partícipes de este proyecto. Ellos, con su piar vitalista que sonaba a ímpetu por el presente. Ellos, que podían elevarse desde las profundidades hacia los astros. Ellos, que despreocupados volaban libres por el aire, con la experiencia vital como única guía.
Sumido en esos pensamientos, comprendí que el viaje había terminado… hasta un nuevo amanecer.