
Llevo tiempo queriendo escribir una reflexión sobre la experiencia que ha sido la Ruta Inti este año, de todo lo que creo que he aprendido y lo que he desaprendido. Lo cierto es que cuanto más trabajo por este proyecto, más difícil me resulta hablar de él a un tercero que no lo haya conocido por dentro.
La verdad es que esto es la aventura de una vida y que me ha vuelto a sorprender, a hacer reír, llorar (a veces a la vez), aprender y desaprender muchísimo más de lo que pensaba que podría volver a hacerlo. Uno se piensa que por saber anticiparse a las emociones que va a tener, por haber vivido ya una Ruta antes (dos, si se cuenta otra como expedicionario) se está preparado para todo lo que pueda venir.
Pero el hecho es que no, que este año todo ha vuelto a ser como un mundo nuevo para mí. Supongo que es parte de lo que me entusiasma y me da la vida de esto, que por más que uno crea saber, siempre hay alguien que te puede enseñar algo, que te puede decir que estás equivocado y hacerte ver mucho más allá de tu realidad.
Este año ha sido mucho más trabajo del que imaginaba que podría llegar a tener cuando dije que sí que estaba dispuesto a ser jefe de campamento. Me ha obligado a darlo todo una vez más, a llegar a mis límites y a hacerme superarlos, por poco que fuera.
No sé si se convertirá en tradición esto de verme en el límite de mi capacidad cada nueva edición, porque he de decir que ahora, en la comodidad de la vuelta a casa, es muy fácil ver todo como un proceso de aprendizaje a las malas, pero en su momento hubo más de un momento de estrés muy intenso en el que todo el mundo me venía a decir que tenía muy mala cara y que tenía que descansar. Y yo siempre tenía que responder que no tenía tiempo.
Y aún así, estoy infinitamente agradecido a cada una de las personas que han formado parte de esta aventura este verano y especialmente a todos los que vinieron a mi vida para quedarse, a los que ya estaban, pero entraron mucho más de lo que pensaba.
Me he dejado mil cosas que decir durante la expedición a muchas personas, unas veces por falta de tiempo, otras por miedo… Sé que muchas de esas cosas ahora mismo quedarían fuera de lugar, pero hay otras que creo que sigue siendo importante decir.
Como que nunca llegué a agradecer a todo el equipo de monitores todo el trabajo que hicieron conmigo, por todas las veces que con algo de tiempo pensé que me había equivocado y no tuve tiempo de rectificar.
Releyendo las líneas que llevo hasta ahora tengo sensación de que alguien podría pensar que sólo hubo momentos duros, cansancio y muchas ocasiones en que lo pasamos mal, pero nada queda más lejos de la realidad (bueno, quizá en la parte que corresponde al cansancio, puede que éste si que fuera algo omnipresente en nuestra vida esos días).
En la mayoría de los momentos que puedo recordar, hay alguien riendo a carcajada limpia o, al menos, sonriendo.
Un día durante la expedición, estuvimos hablando sobre las postales que íbamos a enviar por el crowdfunding, cuando decidimos que lo mejor era que los expedicionarios que quisieran escribiesen una postal dirigida a uno de nuestros mecenas, para que todos aquellos que apoyaron el proyecto pudieran tener unas pinceladas de primera manos de para qué ha servido su aportación.
Antes de enviar las postales, las leí todas, no para hacer de censor ni nada parecido, más bien para descubrir qué pensaban en realidad, qué querían decir sobre ello al mundo, a un desconocido al azar.
Las cosas que se escribieron en esas postales fueron uno de los principales motivos que me llevaron a pensar, otra vez, que tenemos que conseguir sacar esto adelante, que estamos haciendo algo.
Uno de ellos escribió que creía que nuestra fórmula podía cambiar el mundo. No sé si lo conseguiremos, pero vamos a seguir intentándolo.