
Por Marta Martínez , expedicionaria.
Después y durante la caminata transoceánica en Cuenca el día 27 de julio mi cabeza se llenó de pensamientos, mi cuerpo se alimentó de sensaciones y mi mochila fue escupiendo durante el recorrido todo el peso que impedía en cada paso avanzar hacia delante.
En ningún momento me apeteció categorizarme, sentirme débil o fuerte, valiente o cobarde, simplemente decidí sentirme sin ninguna etiqueta ni prejuicio de por medio. Acepté entonces que no iba a ponerme limitaciones antes de conocerlas, que no era útil comenzar siendo una persona que piensa que va a caer nada más comenzar a caminar.
Dejé que mis pensamientos existieran pero no permití que me paralizasen, los he dejado pasar pero no los he absorbido como una parte absoluta de mí. No pensé si sería o no capaz de continuar, solamente asumí que mi mente no me haría un gran favor en este camino, que la mejor actitud que podía tomar sería activar todos mis sentidos, centrar mi atención en la vida, en mi cuerpo, en la gente y en toda la naturaleza que había a mi alrededor; fue entonces cuando desperté los sentidos y observé como la gente reía, avanzaba, retrocedía, ayudaba, cantaba y sobre todo como la gente a pesar de todo seguía. Saboreé como los colores fluían en un cielo que poco a poco nos iba dando la bienvenida conforme íbamos llegando a la cima. Escuché un trozo de la libertad que poco a poco iba alcanzando, conforme me iba desnudando de los miedos, de las dudas, de las quejas y gritos internos que alguna vez me habían avisado que no podría conseguirlo.
Me aseguré a través de mis sentidos de que para todo el mundo esta caminata ha sido útil y que ha constituido una herramienta más fuerte y real para conocerse.
Esta experiencia me ha reforzado la idea de que podemos dar mucho más de nosotras y nosotros mismos, que podemos crecer mucho más allá de nuestros esquemas previos. Que somos imprescindibles en el camino y que nuestra energía y la del resto también lo es para seguir creciendo individual y colectivamente.
Entonces propongo que en vez de paralizarnos y aceptar el miedo como una parte inamovible en nuestras cabezas y nuestros cuerpos, decidamos emprender el camino de la superación. Permitámonos a nosotras y nosotros mismos conocernos y aprendernos, dejémonos caer, permitámonos levantarnos y aceptemos eso como una parte natural del ser humano y no como un juicio capaz de inmovilizarnos.
Solo es necesaria la voluntad para continuar
fuerza para sentir cada paso en la tierra,
esfuerzo para que derrumbarse nunca sea una opción
libertad, orgullo y felicidad como recompensa de todo lo caminado.