
Por Joaquín Aranda Cruces (expedicionario).
Creo que ya ha pasado el tiempo suficiente para poner mis pensamientos en orden. Hace casi un mes que terminé la Ruta y al fin, o al menos eso espero, soy capaz de responder a la pregunta que amigos y familiares llevan tanto tiempo haciéndome: ¿qué tal la Ruta?
Una pregunta tan coloquial y simple como difícil de responder. Difícil porque era tal la cantidad de recuerdos y experiencias que acudían a mi mente cada vez que me la hacían, que no encontraba las palabras adecuadas para expresar todo lo que había vivido. Pensaba: ¿qué les cuento? ¿Los lugares que he visitado? ¿Los caminos que he recorrido? ¿Las noches que he dormido bajo el cielo nocturno?… Nada de eso.
La Ruta Inti es más que un simple viaje, es un viaje al interior del rutero que comienza desde la primera noche en la que este abandona el comedor y el dormitorio de su casa. En mi caso, aprendí a vivir con lo necesario para encontrar un tipo de felicidad más sencilla y más pura. Se trataba del primer paso de un aprendizaje del que no me percaté hasta que eché de menos la esterilla por las noches y el plato de aluminio para comer tras un cuarto de hora de cola.
Relacionado con lo anterior, tuve la oportunidad de medirme a mí mismo, de enfrentarme a un reto que no estaba seguro de poder superar, pero me equivocaba. Me equivocaba al dudar de mí mismo y al dejar que opiniones de terceros tuviesen una gran influencia sobre mí. Solo uno es capaz de conocer sus propios límites, y jamás los conocerá si no se pone a prueba. En otras palabras, a nadie le gusta jugar en modo fácil. La vida solo es atractiva si nos presenta retos, y para ello debemos lanzarnos a la aventura.
Pero no nos equivoquemos, nuestros límites existen. Y aquí interviene la última fase del aprendizaje, una fase en la que te das cuenta que el destino del viaje nunca importó, solo el camino y las personas con las que se comparte. Durante la expedición, me asombré al descubrir que cada caminata era un campus universitario andante. Entre bromas y anécdotas siempre surgía una conversación de física, política, historia, economía… que despertaban la curiosidad intelectual de cualquiera que pegase la oreja. Detrás de esas charlas, y de muchos talleres aparejados a ellas, siempre había un grupo de personas. No me refiero sólo a los expedicionarios, sino a toda la Ruta: monitores, intendencia, comunicación y organización.
Un grupo de personas que hoy me enorgullezco en decir que son mis amigos. Ellos y ellas son las personas que me ayudaron cuando encontré mis límites (recuerdo una noche muy lluviosa en la Selva Negra), las personas que me hicieron superarlos y con las que entendí que no importaba la adversidad que surgiese ante mí siempre y cuando estuviese rodeado de amigos. Porque esa ha sido la Ruta, su esencia y el recuerdo que me llevo con más cariño: las personas que la han hecho posible. ¡Gracias a todos!