
Por Celia de Jorge, expedicionaria.
Me gusta cuando la gente se ríe agusto,
tan agusto que le caen las lágrimas.
No me gusta que me hablen muy cerca,
tan de cerca que invadan mi espacio.
Por el contrario, me gusta que me hablen
con dulzura.
Me gusta el contacto de mi piel cuando
me tumbo en la arena o el agua fría
rozando mis pies.
No me gustan las mentiras, sobre todo
aquellas que se huelen a distancia.
Me gusta la inocencia del niño,
cuando te pregunta ¿Por qué el cielo es azul?
y no sabes qué responderle.
No me gusta que la gente deje de maravillarse.
De mirar a través del prisma del niño.
Me gusta sentarme a tomar un café sola,
en mi cafetería favorita, pensando
¿Con qué soñará?¿Qué anhelará?
la persona de enfrente.
Me gusta cuando algo me inquieta,
tanto que me quita el sueño
y tanto que me paso días reflexionando sobre ello.
No me gusta que la gente grite
pero sí la que dice algo que causa tanto estruendo
que te paraliza.
Me gusta mirar a los ojos y sentir cerca a las personas.
Y diría que no me gusta el bullicio,
pero sí perderme en él.