
Por María Armero López (expedicionaria).
¿Cómo poner por escrito algo tan inefable como la Ruta? ¿Cómo intentar transmitir a quienes no han vivido esta experiencia la fuerza que tiene? ¿Cómo saber que has cambiado y no ser capaz de explicar en qué? ¿Cómo volver a la rutina si ya te has dado cuenta de que se te ha quedado pequeña? ¿Cómo hacer de la vida un viaje cuando has aprendido que la magia de vivir está en viajar?
Parece mentira que pese a haber aprendido tanto durante las cuatro semanas que duró la Ruta, esta haya generado en mí más preguntas que respuestas. Supongo que porque una de las grandes lecciones que me llevo del viaje ha sido aprender a desaprender. Me he dado cuenta de que no merece la pena apegarse a prejuicios ni a opiniones que te lleven a tener estrechos puntos de vista. He aprendido a estar abierta a toda clase de ideas, a ser más humilde y a mostrarme siempre dispuesta y con ganas de escuchar, pues nunca sabes quién puede sorprenderte ya que toda persona puede enseñarte algo que desconocías, ¡y me siento tan agradecida por ello!
Me he escuchado atentamente, he sido paciente conmigo misma y, una vez me he conocido mejor, he empezado a quererme más de lo que hacía antes pues ahora sé que no hay mejor forma que mirarse hacia adentro para después ser capaz de mirar bien hacia afuera. Quiero centrarme en lo verdaderamente importante y no magnificar lo trivial ni trivializar lo esencial. Me he vuelto más sencilla y quiero empezar a observar mi día a día de la misma forma genuina en que miraba lo que me rodeaba durante la Ruta: de una forma feliz y desinteresada, siendo generosa y consciente de que cada segundo es único e irrepetible. Tengo grabados en mis retinas el reflejo de los lagos y la niebla de la Selva Negra, la mirada de las estrellas sobre nuestros sacos de dormir y el brillo que desprendía Budapest al caer la noche. No me voy a olvidar del baño improvisado en el Danubio ni de la tonta alegría de meter una loncha de fiambre en panecillos de leche, ni tampoco de las ganas que tenía de que la Ruta no terminara nunca…
Y, en efecto, esto aún no ha terminado. La Ruta me ha dado una lección vital que espero no olvidar nunca: me ha enseñado a pensar como un viajero; viviendo el presente, preocupándome del día a día, intentando sacarle todo su jugo al ahora en lugar de preocuparme por asuntos del pasado imposibles de cambiar o por aspectos del futuro que se escapan a mi control. Quiero seguir prestando atención a los detalles de vida y, como el viajero, dejarme fluir quitando los prejuicios y demás barreras que me dificulten valorar toda la belleza que me rodea. Por eso, quiero pensar que aún sigo en ruta, porque la Ruta no depende de los lugares que uno pisa sino de la forma en que los mira, y yo cada día tengo más claro que quiero hacer de la vida un viaje, hacerla una ruta.