
La Ruta son pildoritas de felicidad. No da tiempo a que haya desaparecido el buen sabor del fondo de la boca, cuando ya tienes otra entre los dientes, dispuesta a ser paladeada. La Ruta son los paisajes, las historias, los pueblos, ruinas y ciudades por los que pasamos. Pero, sobre todo, la Ruta es la gente. Es el buenos días de cada mañana, el sonido de las flautas y la música de la guitarra. Son voces, risas, canciones. Es el esfuerzo compartido, las confidencias con la gente a la que es como si conocieras de toda la vida, las caminatas y los chistes de Limo. El buzón de sugerencias y los briefings eternos tras la cena, los tres grupos de pollitos, los pitufos y reverdes. Dos autobuses, muchas cuestas y todavía más momentos de esos que sabes que nunca olvidarás.
Llevamos ya la mitad de la Ruta, y como me diría Marina, hoy no me puedo quejar. Solo espero que lo que nos queda juntos sea tan increíble como lo que dejamos atrás, y que, tal y como dijo ayer Nano, en la edición 2050 nos volvamos a encontrar.