
¡Hola a todos! Me llamo Amanda y soy una expedicionaria del 2018: El renacer del sol. Voy a contaros mi experiencia por si os puede valer. A mí seguro, pues es mi vía de escape, necesito los recuerdos para tirar con este duro curso de segundo de medicina.
El caso es que cuando estaba haciendo 2º de bachillerato conocí a un chico que había estado en la Quetzal y me habló de la Ruta Inti. Cuando me enteré que iban a Perú y Bolivia decidí que no podía perder la oportunidad. Era mi mayor sueño: El Machu Picchu. Además el programa incluía un amplia gama cultural: el templo de Tiahuanaco, la isla del sol, los restos arqueológicos de Chan Chan … También naturaleza: la catarata de Gocta -¡qué caminata nos dimos!- y mucho más. Paradas imprescindibles entre grandes ciudades como La Paz, Lima, Tarapoto, Iquitos… y cuando dejamos atrás el autobús: el Amazonas.
Estaba segura que todo este programa no me podía fallar, y no me falló, pero nunca me imaginé antes de ir que los momentos mágicos no iban a estar en el programa, pertenecen a otro mundo: el mundo de lo imprevisible, de lo inesperado. De ellos hay dos que no podré olvidar nunca. El primero fue el día en el que nos presentamos, después de una charla apasionante de Damián. Muchos ruteros salían a contar sus historias, a veces realmente duras… Era la gente con la que quería estar, gente sana… Un momento mágico.
Subimos la Montaña Vieja una mañana lluviosa y fría. El sudor empapando por dentro y la lluvia por fuera. Las nieblas cubrían el lugar…maravilloso. Aquí te das cuenta de la importancia del grupo, de la gente que echa mano, que agarra la mochila del que no puede y sube dos juntas, aunque no pueda con el alma. Aquí me sentí orgullosa del grupo 3, de mis compañeros, y de Manu, a quien le debo los mejores momentos junto a nuestro equipo de lacasitos.
El Amazonas, que pensaba lleno de alimañas y espíritus telúricos siempre me había impuesto. Sin embargo me proporcionó los mejores momentos de la expedición: los quince días que bajamos en las barcazas, totalmente desconectados los móviles, ordenando mis descolocadas ideas… creo que fue el mayor regalo que te puede proporcionar un viaje. Pero todavía me esperaba la última sorpresa: los delfines rosados. Fue una tarde que preparamos unos maderos para cruzar el río. En grupos de dos nos adentramos en el río, y cuando estábamos ya alejados de la orilla, sentimos que algo fluía del río. Eran los maravillosos delfines rosados del Amazonas. La sensación de tenerlos allí cerca no se puede explicar. Entonces comprendí por qué tienen fama de seductores y se ha creado toda una leyenda en torno a ellos. Bueno lo mejor del viaje no es lo esperado… es lo que está por venir. La ruta es magia, esta es la metáfora.