
Por Carolina Rengifo, expedicionaria.
A ya una semana de ruta, miro atrás para disolver cualquier duda que pudiese quedarme. El trabajo para pagar el viaje, el proyecto para entrar en la Inti y los preparativos fueron un esfuerzo que ahora ve su recompensa. Estar aquí, en este ambiente de debate, compañerismo, deporte, cultura y risas, se agradece. No puedo dejar de dar las gracias mental y públicamente a todas las personas que han hecho posible la ruta Inti y todas aquellas que la forman, al final todos somos inteños sin importar el color de camiseta.
La ruptura con la rutina es bastante reconfortante, la verdad. Aunque sé que habré de volver a ella, el poder compartir esta experiencia con estudiantes como yo es una forma de aprendizaje itinerante fuera de esas construcciones sociales que parecen absorbernos a todos, una vez comenzamos el curso. Aunque septiembre parezca causarnos el olvido, la ruta, a mi personalmente me ayuda a construir y matizar mis principios para poder aplicarlos en mi día a día a la vuelta. En esta etapa universitaria es el momento de definir esos bocetos mentales y croquis que constituirán nuestra filosofía de vida. Lo que queremos, y lo que no, comienzan a tomar forma. La Inti te da el tiempo para hacer una introspección personal con aportaciones de muchos otros en tu mismo punto de inflexión. Es un mes para conocerse mejor a uno mismo pero también y sobre todo para sumar. Para mí personalmente esa suma aportada por las personas que me acompañan este viaje son lo más importe. La capacidad de empatizar con personas de distintos lugares y distintos ámbitos de estudio me ayuda a comprender una visión más global y completa de los temas debatidos, los problemas y dudas que compartimos.