
Aquí presentamos algunos escritos producidos en el taller de escritura creativa realizado por Rosa Arenas.
Me gusta acostarme en el césped y mirar las nubes. Me gusta el ruido que hacen los niños pequeños cuando juegan, el sonido del viento cuando acaricia los árboles y el color verde oscuro que solo tienen las montañas andinas.
Me gusta el olor a pintura fresca, pisar hojas secas en otoño, meter los dedos en la bolsa de lentejas y mirar al vacío desde un lugar alto. Me gusta sentar arme sola en un parque a comer helado de chocolate.
No me gusta la gente que se tapa la boca mientras ríe, ni el sonido cohibido que hacen los estornudos reprimidos. No me gustan los supermercados pequeños, no me gustan los supermercados grandes. No me gusta la mirada de los gatos, los loros que repiten lo que dices y las personas que callan lo que piensan. No me gustan los apretones de manos suaves, los abrazos a medias ni las sonrisas falsas.
María Paula Orozco.
Personaje: una botella
Lugar: un taxi
Acción: correr
140 km por hora. Es la primera vez que Mario maneja el taxi de su padre. La vía es la A4 que une el aeropuerto de Hahn con la cuidad de Heidelberg.
1 km por hora. Es la primera vez que la botella de vidrio azul es olvidada en el suelo del taxi. La vía es un tapete negro repleto de pelusilla blanca y un poco de barro.
Mario corre por la autopista y la botella corre hacia delante y hacia atrás sobre el tapete. Mario pasa bajo un puente. Disminuye la velocidad mientras el auto queda sumido en la sombra. La botella se esconde a su vez bajo el asiento del piloto. Mario ve un camión venir de frente. El conductor debe haberse quedado dormido. La pobre botella es asfixiada bajo el freno. Pero no sucumbe al dolor.
Cattleya Hilares.
Me gusta la lluvia. El leve goteo sobre mi piel y las cascadas que me ahogan desde el cielo. El rugir de los truenos, como si la naturaleza hablase ofendida, y el rozar de las gotas, como si te acariciase con cariño. Me gusta la ropa mojada, y también el húmedo torso desnudo. Me gusta la lluvia.
Odio las trompetas, los petardos, los silbidos y las explosiones. Detesto el ruido estridente de un claxon, y me enerva la estupidez del conductor. Odio y me da miedo el fuego, el arder y la ceniza, excepto cuando arden banderas que odio. Odio los ruidos que perturban mi calma, que me persiguen, que me acosan, y que me gritan en la oreja. Odio el ruido.
Me gusta el verde y el morado, y a veces el rojo, excepto cuando es sangre. Me gusta el negro de la noche, pero aborrezco el gris de la contaminación atmosférica, me gusta la calma menos en los entierros y las sonrisas, menos las crueles. Las cosas que me gustan tienen tendencia a volverse horribles. Me gusta el viento si hace volar tu pelo si lleva a nuestras almas a dar un paseo entre las montañas.
Me gusta cuando se curvan tus labios, y aun mas si incluye un beso. Me gustan tus miradas penetrantes, tus fingidos enfados con una media sonrisa deseando salir y el tacto de tu cuerpo cuando se aprieta contra el mío. Pero me hunden tus lágrimas, me hunde tu adiós, me hunde girarme y dejarte allí. Un ya nos veremos que nunca se cumple, un trayecto a casa llorando sin lágrimas, un te quiero de despedida, un beso que sabe a despedida. Me gustan hasta las cosas que me hacen llorar.
Carlos Moreno Azqueta.
Personaje: Jimmy Hendrix
Lugar: nubes
Acción: pestañear
El gran Jimmy Hendrix saltaba de nube en bruce, buscando el lugar donde tenía el concierto mas esperado de los últimos siglos. Mientras saltaba alegre y comía algodón de azúcar, practicaba su canción y repetía una y otra vez los acordes para que nada fallara en su esperado acto.
Jimmy saltaba y saltaba de nube en nube. Algún pájaro se le cruzaba. Niños regordetes jugaban en un parque y hacían un castillo de nubes. Jimmy, entusiasmado, tocaba su canción. En uno de sus saltos, una piedra calló del cielo y su guitarra quedó destrozada. Lloró y lloró Jimmy y cuando paró de llorar se dio cuenta de que poco quedaba para su concierto.
Una vez allí, se sentó y mientras el público, expectante, esperaba que empezara, él pestañeó y pestañeó de una forma sublime, casi superior. Cuando terminó de pestañear, la gente no paraba de gritar y aplaudir de la emoción.
Carlos Alarcón.
Amanecía un día como otro cualquiera en el país de Jamás de los Jamases. Florencio pelaba patatas, mientras reflexionaba sobre la legitimidad de su especie, los pinos rojos, como ser superior en el plantea Aire. Se sentía muy afortunado de que el Supremo Crador haya dotado a él y sus congéneres como únicos seres racionales del mundo en el que se vivían y esto le hacia reafirmarse en sus más recientes actos como gobernador de su bosque. No sentía culpabilidad ninguna por haber expulsado a los álamos blancos del territorio que ahora ellos poblaban ya que estaba seguro de que ellos nunca serían conscientes de que lo que hicieron estaba mal.
Miguel bruño.