
Desde los hogares pasajeros que son ahora nuestros sacos, hemos visto amanecer. Frío en el cuerpo, colores cálidos en el horizonte suave de nubes. Y, de repente, han comenzado unas notas lejanas de violín… “Corran, tenemos que subir al bus”
Con mochilas al hombro partimos de nuevo: el viaje continúa.
Hoy nos esperaba una jornada larga en carretera. El sueño ha reinado mientras el bus avanzaba atravesando Francia. Suavemente el sol ha ido entibiando los campos cultivados y los ruteros hemos ido despertando. Un buen desayuno y las bromas y juegos han brotado de las gargantas; también lectura y escritura han servido para emplear el tiempo sobre ruedas.
Al mediodía ¡Eguisheim! Un polideportivo con una gran cristalera nos ha recibido y con el hambre bien despierta hemos devorado nuestros bocatas. Después tocaba caminata: campos de vid y bosques de castaños y pinos, hasta llegar a lo alto de la montaña. Allí tres torres coronan la cima, tres rojas guardianas achacadas por la edad, pero sabias y majestuosas. Lloviznó y surgió de la tierra un olor húmedo y acogedor.
Ya bajando, los últimos rayos de sol han bañado las jóvenes hileras de vid mientras las conversaciones entre ruteros seguían su curso. Aun siendo el sexto día, quedan muchas personas por conocer, ideas que intercambiar e ilusiones que compartir.
A todos nos han llamado la atención las pequeñas casas de bizcocho, chocolate y arándanos que forman Eguisheim. Las flores adornan balcones, fuentes y ventanas alegrando a cualquier visitante. Incluso el cementerio está engalanado con colores vegetales; es una imagen bonita.
De vuelta a nuestra casa improvisada, duchas merecidas, coladas atrasadas y una cena deliciosa a cargo del equipo de intendencia que nos cuida y alimenta. Tocaba noche temática con actividades musicales, de baile y amistad y… por fin nuestro adorado saco. Ya se apagaron las luces, ¡a recuperar fuerzas para el nuevo día!
Zuriñe Iglesias González (expedicionaria)