
Hoy nos hemos levantado empapados por el beso del rocío y nuestras mochilas y sacos de dormir estaban todos empapados. Como es costumbre en la Ruta, nos hemos numerado y hemos desayunado con normalidad. Hoy ha tocado visitar el Parque Natural de La Garrotxa. Nos hemos dividido en dos grupos: Amanecer y Atardecer. Amanecer es el grupo de quienes andan más lento; yo he decidido retarme con Atardecer, el grupo de los más rápidos. Amanecer salió a primera hora y el resto nos quedamos esperando en el campamento jugando al Ninja y haciendo todas las chorradas que se nos pasaban por la cabeza. Poco después, mochilas a la espalda, cogemos el autobús que nos deja en el punto inicial de la ruta; hacemos calentamiento de grupo, volvemos a cargar mochilas y empezamos a recorrer los senderos terrosos y verdes de este valle. Nuestra primera parada ha sido el volcán de Cordá.
Nos han contado el proceso geológico por el que se formó en épocas primitivas que no alcanzan a nuestra memoria y cómo los vecinos de la zona se manifestaron en 1982 para rescatarlo de las manos de una empresa minera. Gracias a ellos, hoy podemos contemplar la belleza de estos parajes. Proseguimos la marcha y en el camino, paso a paso, y conversando unos con otros y envueltos por la magia del paisaje nos vamos contando las historias de nuestras vidas, y tejiendo poco a poco la amistad. También nos damos apoyo mutuo para alcanzar la cima de cuestas imposibles y aguantar el calor que nos lanza el sol a cada kilómetro del camino. Hemos llegado finalmente al cráter del que nos habían estado hablando –el de Santa Margarita– y aprovechamos la parada una lección sobre la velocidad del sonido que más bien ha acabado por poner a prueba la velocidad de reacción de los inteños.
Descansamos sobre la hierba del claro de bosque que hay en mitad del cráter y respiramos un aire mucho más limpio que el de nuestras ciudades. Volvemos a cargar mochila y nos perdemos por la belleza y la magia de los bosques. Luego Atardecer se perdió literalmente a causa de las indicaciones de Limo, monitor del grupo 1. Seguimos andando y andando, recorriendo el camino hasta descubrir que estábamos efectivamente perdidos, muertos de hambre y abatidos por el cansancio. Después de una hora y media de risas y desesperación por los caminos del bosque, alcanzamos a Amanecer y logramos la recompensa de haber llegado a nuestro destino: un bocadillo de chistorra con chimichurri que bajo la sombra de las hayas nos supo a gloria de héroes. Más tarde hicimos los talleres programados para ese día: las teorías sobre el infinito y sus posibilidades, arte paleolítico y el muay thai. A partir de aquí seguimos por un nuevo sendero y terminamos la ruta en el mismo punto del inicio. Recogen a Amanecer y los de Atardecer nos quedamos esperando a que aparezca el bus jugando a las cartas y contando historias.
Al llegar al campamento hemos cenado ensalada con tomate, cebolla, alubias y demás cosas y para terminar las actividades del día, los inteños nos dividimos en dos grupos: un taller de teatro en el que se dedicaron a realizar juegos de improvisación escénica y, por otro lado, un debate que propuse acerca del sistema educativo español. En cierto modo, todos terminamos llegando a las mismas conclusiones bajo la luz de las linternas: que la educación es un bien esencial para nuestro país y se encuentra en decadencia; que debemos ser la generación del cambio, y que estos deben empezar desde abajo. En mayor o menor medida, todos aquí nos replanteamos el mundo en que nos ha tocado vivir.
Mañana saldremos de España. Toca dejar atrás nuestra tierra para lograr comprenderla mejor. Alejados de nuestra cultura adquirimos puntos de vista distintos y podemos saber verdaderamente quiénes somos y cuál es el mundo en que deseamos vivir. No quedará en esta ruta ningún kilómetro sin recorrer, ninguna idea sin compartir y ninguna pasión sin explorar. Hasta aquí el cuarto día de Ruta Inti. A partir de este momento seguiremos contando crónicas desde tierras extranjeras.
Pablo López Pellicer (expedicionario)