
Una jornada de miles de kilómetros comienza con unos simples pasos. Llevamos ya unos cuantos, y el cansancio comienza a sentirse en nuestras piernas, pero no en el espíritu. No en las interminables charlas nocturnas al amparo de una tienda y de las estrellas, no cuando tu canción favorita suena en un autobús que te lleva hacia algún lugar desconocido.
Esta mañana hemos despertado por última vez en nuestro camping a las afueras de Viena, con el recuerdo de su elegancia todavía fresco en la memoria. Eran las seis y cuarto de la mañana, y por delante tendríamos un largo e intenso día.
Si hay algo que echo de menos el resto del año son días tan largos como los que vivimos aquí durante este mes tan intenso. Días que parecen años, en los que cruzas montañas y ríos, exploras ciudades y sus rincones, y sobre todo aprendes de todos y cada uno de los que te rodean.
Tras desayunar y recoger los últimos retazos del campamento, dejamos Austria para poner rumbo a nuestro siguiente destino y sexto país en lista durante esta expedición; Bratislava, capital de Eslovaquia.
Debido a los ajustados horarios con los que normalmente trabajamos, apenas hemos podido disponer de unas horas para visitar la ciudad, pero nos han permitido llevarnos una impresión de la que es una de las capitales más pequeñas y tranquilas de Europa. A la llegada a la ciudad, resulta imposible no fijar la mirada en el castillo, que se eleva pulcro e imponente sobre una colina en el casco antiguo, a orillas del Danubio. Habitado desde hace más de mil años, ha sido la residencia principal de los reyes húngaros, y tras su destrucción y posterior reforma en el siglo XX, actualmente alberga los museos Nacional y de Historia de Eslovaquia.
Durante el tiempo libre del que hemos disfrutado por la ciudad, algunos ruteros han decidido aventurarse colina arriba para llegar a este castillo, desde donde se dominaba todo el cauce del Danubio y el área financiera de Bratislava situado al otro lado de éste. Otros han optado por perderse por las pequeñas, pero a la vez encantadoras calles del centro histórico. Cuidadosamente reformadas y de colores cálidos y suaves, uno puede caminar por sus animadas calles, repletas de terrazas y pequeños comercios. Tanto para perderse entre sus murallas y callejones como para tomar tranquilamente un aperitivo a buen precio, sin duda Bratislava es una parada ideal.
Tras desayunar en Austria y comer en Eslovaquia, siguiendo el curso del Danubio, nos hemos adentrado en Hungría, séptimo y último país de esta expedición, donde le pondremos fin en menos días de los que querríamos ninguno. Lo que iba a ser una “caminata” para los ruteros, era en realidad una sorpresa, mucho más refrescante, que habíamos mantenido recelosamente a salvo. Una ruta en kayac por los brazos del Danubio por tierras húngaras, en lo que sin duda ha sido una de las tardes más divertidas de estas últimas semanas. Entre sorpresa y emoción, nos hemos lanzado al río, algunos con mejor fortuna que otros. Entre juncos, estrechos canales entre la vegetación y amplios cauces, siempre con corsarios a la vista dispuestos a pasarte la tarde por agua, más de uno ha tocado fondo en esta expedición, aunque hayamos conseguido reflotar el barco. Exhaustos pero satisfechos, hemos vuelto a los autobuses para realizar el último trayecto de lo que ha sido un día infinito. Sobre las diez de la noche hemos llegado a Estrigonia, situada en Hungría y a orillas del río que nos está acompañando durante las últimas semanas de esta aventura.
Un día, tres países, y unos cuantos kilómetros más a la espalda después, el campamento vuelve a estar en completo silencio (salvo algún ronquido furtivo) bien entrada la noche. Mañana llegaremos a la que será la última parada de este tren que nos ha llevado a recorrer media Europa entre toda clase de hazañas: Budapest. Puede que hoy haya sido un día más en esta Ruta, aunque especialmente largo, y unas cuantas páginas más en este diario de aventuras que poco a poco vamos confeccionando juntos. Pero cuando miras atrás en esas páginas y las lees con detenimiento, te das cuenta de que la vida misma corre por esas líneas, dando voz a unos días en los que te sentías capaz de hacer cualquier cosa junto con los compañeros que te rodeaban. Remando en una misma dirección.
Muchas veces echo de menos días tan largos como en la Ruta. Días con bastante sueño, pero muchos más sueños que perseguir. Y para ello hay que mantenerse bien despiertos. Y lo conseguimos. Casi siempre.
Javier Baranda Alonso (miembro del equipo de intendencia)