
El sol volvía a despertarme por la mañana con sus rayos atravesando la tienda de campaña antes de la hora de levantarse. Sin embargo, estaba nublado, lo que hizo que en un principio nos temiéramos lo peor; afortunadamente, el pronóstico meteorológico acertó y no llovió en todo el día.
Ya con prisas desde por la mañana, nos montamos en el autobús rumbo al conjunto de edificios de Naciones Unidas en Viena. A pesar de que íbamos con algo de prisa, nos retrasamos debido a los controles de entrada, lo que redujo el tiempo que estuvimos en la visita guiada, pero de todas formas fue suficiente para sumergirnos en parte del ambiente de esta organización. Cabe destacar la conferencia que escuchamos de parte de Martin Nesirky, director del servicio de información de la oficina de la ONU en Viena, la que comentó las principales metas que se planteaban para conseguir un desarrollo sostenible. Fue, a fin de cuentas, concreta, entretenida y bastante inspiradora. Tras unas cuantas fotos en los diferentes “photocall” y las correspondientes fotos grupales con los representantes en la plaza central, rodeados de todas la banderas de los países miembros, nos esperaba una gran sorpresa: la OFID, otra organización cuyas siglas se corresponden a “OPEC Fund for International Development”, nos había traído bocadillos, dulces, batidos, frutas y gorras. Un buen festín que complementarían la comida y que supieron a gloria. Esta mañana tan internacional y política daba paso a la segunda parte del día. Nos dividimos en dos grupos: los que querían visitar por dentro el palacio de Schönbrunn y aquellos que preferían seguir viendo Viena o ir al Belvedere.
Por mi parte, opté por visitar el interior del palacio; un palacio lleno de decoración y opulencia, había detalles en todos los puntos a los que miraras: espejos, cuadros, muebles, pinturas murales… al fin y al cabo eran habitaciones históricas en las que habían ocurrido hechos de vital trascendencia para la historia, desde la muertes de reyes y las recepciones reales hasta la celebración de bautizos.
Tras la visita al palacio, aquellos que fuimos volvimos en el autobús al ayuntamiento y, de ahí, a perdernos en la ciudad y juntarnos con los que ya llevaban un rato vagando por aquellas calles llenas de fachadas de apariencia señorial. Cada uno fue a su ritmo, pues en Viena tienes mucho entre lo que elegir. Algunos cogimos una bicicleta para dar un paseo y ver la iglesia de San Carlos Borromeo o pasear por el río; otros se perdieron por el casco antiguo o se sentaron en un típico café con su característica decoración dorada y su pianista mientras tomaban un café vienés o una tarta Sacher. Al fin y al cabo, ha sido un primer contacto con una ciudad que tiene mucho que ofrecer y a la que seguramente volveremos en un futuro para poder verla y sentirla más a fondo.
Ya de vuelta al campamento nos esperaba una conferencia por parte de Péter (compañero del equipo organizador) sobre su país, Hungría, en la que mezclaba muchos aspectos: desde la historia hasta la gastronomía, con lo que se nos caía la baba cada vez que veíamos las fotos de los diferentes platos. Esto no fue más que un aperitivo de lo que nos espera en los próximos días, el último tramo de la Ruta.
Justo al terminar, los vigilantes del camping habían preparado diversas actividades para acabar el día como, por ejemplo, ver la luna con un telescopio, jugar al futbolín, ver insectos o buscar murciélagos con un detector de ultrasonidos (aunque al final no encontramos ninguno).
En resumen, un día muy ajetreado, en el que no hemos parado pero que se ha conseguido aprovechar al 100 %, disfrutando cada uno a su manera de esta ciudad y de lo que ofrece. Así nos despedimos Austria, pero, como ya dije, tiene todas las papeletas de ser un hasta luego.
José Javier González Abascal (expedicionario)