
Nuestro segundo día en Ulm comenzaba con un gran ¡BUENOS DÍAS, RUTEROS! Tras la visita de ayer a la imponente catedral teníamos muchas ganas de perdernos por sus calles bañadas por el Danubio y descubrir las historias que esconden sus edificios.
Han sido dos semanas de convivencia muy intensas; esos desconocidos de L’Hospitalet se han convertido en amigos, con los que nuestras alegrías se multiplican, y en quienes nos apoyamos cuando nos quedamos sin energías. Gracias a las convivencias nos acercamos un poco más, decimos a los demás qué significan para nosotros y afianzamos los lazos que la Ruta ha creado a través de juegos y dinámicas.
Una de las cosas más enriquecedoras de la expedición es poder aprender de nuestros compañeros, compartir ideas y experiencias a través de los talleres impartidos por los ruteros para enseñar un poco sobre nuestras aficiones y conocimientos. Nos hemos acercado un poco al norte de España a través de un taller sobre la cultura vasca, nos hemos puesto al día en internet gracias a una exposición sobre cibersegurirad y hemos dibujado una gran sonrisa en nuestras caras al son del swing.
La historia de Europa es uno de los temas centrales de nuestra expedición, y hoy hemos tenido un acercamiento a su cara más amarga de la mano de Aldo Rivera, un reputado psicólogo especializado en el tratamiento de supervivientes de etnia gitana del Holocausto. Nos ha contado el testimonio de Peter, quien con tan sólo 5 años fue llevado hasta a 4 campos de concentración diferentes y logró salir de ellos con vida.
Su historia nos ha hecho reflexionar sobre qué es el horror. Podemos imaginarnos qué debió sentir Peter al verse despojado de su dignidad sin más pretexto que su color de piel, podemos intentar visualizar su alma fragmentada, que ni tras una vida entera de terapias podrá volver a reconstruirse. Pero jamás podremos comprender el origen de toda esa maldad que aún hoy amenaza a la humanidad, que obliga a millones de personas a abandonar su casa y que hace que sean recibidos por una frontera inquebrantable, viéndose hacinados en campamentos que, aunque insalubres y denigrantes, son mejores que la tierra en guerra que abandonan.
La comida ha sido menos ruidosa de lo normal, los cantos que normalmente la acompañan han sido sustituidos por caras meditabundas y miradas al suelo.
La tarde ha estado acompañada por un calor impropio de Alemania, y con un sol espléndido hemos paseado hasta el centro de la ciudad. Algunos no han podido resistirse al canto de las sirenas que habitan el Danubio y se han lanzado a cruzarlo a nado. Otros, nos hemos conformado con bañar nuestros pies en él y refrescarnos con uno (o varios) helados.
Nos hemos encontrado con una “pequeña Venecia” en el barrio de los pescadores, hemos llegado a la región de Baviera al otro lado del río y nos hemos dejado seducir por sus rincones y edificios típicos germanos.
De vuelta en el campamento hemos cenado todos juntos, conversando, como siempre, como la familia en la que nos hemos convertido.
Celia Barceló Quiles (expedicionaria)