
“Aún recuerdo el campo verde que mirábamos desde lo alto cogidos de la mano”.
Nuestro compañero Rodrigo, biólogo y experto en aves, nos despierta haciendo el canto del cuco alemán, que, como todo el mundo sabe, no es ni parecido al cuco austríaco ni al cuco común. Tras la pedagógica charla y dulce trino recogemos campamento y nos despedimos de Wutach.
El verde de los campos alemanes nos acompaña todo el viaje junto al traqueteo del autobús, que propicia nuestro sueño hasta que llegamos a un nuevo país: Suiza. De repente, emergen las torrentosas aguas del Rin. Nos dejan tiempo libre para poder visitar las cascadas y almorzar allí el bocata que intendencia nos ha dado para comer (#SergioMasterchef). Algunos de nosotros decidimos sentarnos a mirarlas desde lo alto mientras suena un ukelele de fondo. Aquí y ahora. Nosotros y las cascadas. La música de fondo. Unos bocatas y una lata de sardinas para compartir. Ahora y aquí. Qué sencillo todo y qué felicidad ¿no creen?
Volvemos al autobús para visitar Donaueschingen, donde nos encontramos con otra de las supuestas fuentes del Danubio y disfrutamos del tiempo libre. Tras una hora y media, en la que los expedicionarios nos dedicamos a visitar la ciudad y refrescarnos (con algún helado de por medio, dicho sea de paso), nos reunimos para comenzar los talleres. Una vez más la oferta es para todos los gustos: resolución de conflictos, el origen del Imperio Romano y dramaturgia (el cual soy la encargada de impartir).
Nos reunimos unas veinte personas para escribir una obra de teatro basada en una historia real: el “Romeo y Julieta de Auschwitz”. Cada participante del taller dispone de unos cinco minutos para poder desarrollar una escena que luego se leerá delante del resto. La primera escena consiste en una carta de despedida para la persona amada. Y ahí sale: “Aún recuerdo el campo verde que contemplábamos en lo alto de la muralla cogidos de la mano”.
Tras los talleres nos encaminamos hacia el campamento. Gracias a nuestro querido Murphy (el cual ha aparecido varias veces a lo largo de la expedición) y tras un día totalmente despejado comienza a llovernos nada más bajarnos en el camping donde dormiremos las dos próximas noches. Montamos las tiendas de campaña entre todos mientras sucede un caos total por la lluvia y, justo cuando acabamos la tarea, deja de llover (#GraciasMurphy).
Después de la cena (en la cual nuestro querido Murphy ha vuelto a aparecer haciendo que llueva con bastante más fuerza) acaba el día y todos nos metemos en nuestras tiendas. Entonces me vuelve la imagen de nosotros mirando las cascadas sentados en lo alto. Disfrutando. Sin aditivos. Viviendo el presente. Como en la Edad de Oro que llevaba el Quijote por bandera, aquella época en la que los caballeros andantes vivían sin esperar nada. Y creo que esta experiencia nos está quijotizando. Y sonrío.
Patricia Gil González (expedicionaria)