
Amanecemos en Wutach para culminar la última jornada de nuestra estancia en la Selva Negra y despedirnos de los paisajes y las gentes que nos han acompañado durante una aventura que, lejos de haber cumplido las temerosas expectativas con las que en vano se nos intentó asustar, no ha dejado indiferente a nadie y será rememorada en nuestras mentes por mucho tiempo.
La agenda del día, acorde a la norma, comenzó a las ocho de la mañana, para estar listos antes de las nueve y cumplir con el compromiso con el diario local para inmortalizar nuestro paso por la región. Después de esto, con el grupo listo para partir, agradecimos efusivamente el cariño mostrado por José Luis, el guía, así como su dedicación y buen hacer, durante su diligente acompañamiento por tierras germanas. Sinceros agradecimientos en nombre de todos, un placer conocernos.
El tiempo había ido mejorando paulatinamente durante toda la semana y, puesto que el calor ya apremiaba, no había más tiempo para gratitudes y sí para ponernos manos a la obra. Lo dicho, la expedición se enfrentaba a la última pieza del rompecabezas del laberinto negro en el que nos habíamos metido, siendo la garganta del río Wutach víctima del paso de la expedición amarilla. De soslayo al cauce, una marcha torpe y lánguida debido a las dificultades del terreno, hizo de los escasos 16 kilómetros que la componían un dilatado proceso de más de cinco horas, que dio tiempo para juegos y reflexiones varias, como una personal sobre la abundancia de placas solares en un país mayormente nublado como este, frente a la escasez de las mismas en nuestro soleado hogar. Pese a todo, el camino fue satisfactoriamente logrado para llegar más o menos puntuales, de vuelta al campamento para comer.
A la importante hora de la siesta, el desgaste, así como la canícula se dejaban notar entre la expedición, y se decide tener tiempo libre hasta que el sol baje un poco y se pueda volver a la actividad. Visitamos el pueblo y nos dejamos perder hasta que acabamos prácticamente todos en el bar del pueblo saboreando una jarra de su famosa cerveza que, salvo en precio, nada tienen que envidiar a las del bar de debajo de casa. Tras el tiempo libre, se suceden talleres de alemán, malabares, escritura subconsciente y la guerra de sucesión española, para que cada uno encuentre lo que más le plazca, pues, como se ve, tenemos de todo.
Posteriormente afinamos un poco la voz con vista al certamen que nos espera en Passau, ya en menos de una semana, y cenando cerca de la medianoche, no queda mucho más día al que sacarle provecho. Completamente derrotados se nos intenta poner una película elegida popularmente, pero las fuerzas al límite, nos llevan al sobre consecuentemente. Mañana será otro día no menos intenso: ¡Suiza nos espera!
Miguel Lucea Jimeno (expedicionario)