
Por Tom Pease, expedicionario edición 2016:
Varias horas después, llegamos a un pedazo pequeño de hierba mojada, que el régimen, en su sabiduría infinita, había escogido como lugar darnos el capítulo próximo de las conferencias de Nano.
La conferencia era excelente, el tiempo, no. Yo soy nativo del Reino Unido, y yo me sentía completamente como en casa: el sol un recuerdo distante, y la neblina aropandonos con sus dedos fríos, yo me ponía camiseta después de camiseta, con solo las palabras y historias del director calentarme (llegué a España armado solo con 3 camisetas y la noción de que no existe el frío sur de la frontera francesa).
Nos habían informado que haríamos la tercera caminata en tantos días. Pero en comparación con lo que habíamos hecho el día anterior – estando de peregrinos bajo el sol de 35 grados – lo que hicimos solo se deja describir como paseo ligero con interval para ocio y refrescos. Otra vez sentandome muy en casa, paramos en una playa con piedritas en vez de arena, cielos grises y oscuros, y con la sangre céltica corriendo por mis venas salté al agua heladera del atlantico con un grito de ´God save the Queen!´.
Unas horas después, justo al momento en el que el sol lograba a salir, andando por las orillas pintorescas del Duero, llegamos al centro histórico de Oporto. Nunca jamás me he enamorado tanto en una ciudad a primera visita. Todo perfectamente descolorido pero a la vez colorido, las calles estrechas, las cuestas que todos conducen al agua abajo, y las iglesias y edificios que cuentan de un pasado glorioso – fue el Edimburgo austral de mis sueños.
Después de una visita al catedral, y mucho salsea sobre una sopresa inminente, nos pararon en la Plaza de Ribeira para darnos el anuncio oficial.
“Qué es un bar”, murmuró Limo.
“Como ya sabéis, tenemos para vosotros una sopresíta”, dijo Fif.
“Es un bar”, dijo Limo.
“Vamos a ir directamente de aquí, y esperemos que os vaya a gustar”, dijo Fif.
“¡Es un bar, bramó Limo”
“Es un barco…”, dijo Fif. “Es un barco restaurado. Permanentemente amarrado a la orilla. Con forma de edificio… Vale, sí que es un bar”.
Fuimos a un bar.
Logré a convencer a una mayoría de los inteños que bebieran la sidra Somersby diciéndoles que era una marca inglesa que se produce en el campo de Somerset cerca de la casita de mi abuela. Más tarde me enteré de que me había equivocado de marca y de hecho se hace en Dinamarca y no tiene nada que ver con mi abuela pero bueno.
El acontecimiento grande de la noche fue un concierto que se da por una cantante de tradicionales cantantes portuguesa – Fados. Pura magia. Nos contó historias de amor y pérdida, de dicha y desdicha, y todo en una lengua vagamente familiar. Era pura magia.
La hora que siguió era una de esas horas clásicas de la Inti. Frente a todos miembros de la Inti y unos turistas profundamente confundidos, se mostró todo el talento cantado de la ruta. De la “crowd favourite” – nuestra directora musical Yara, pasando por mi debut musical, por la pasión flamenco de Laura, Azhara, y María, hasta una rendición grupal de un canto africana que nos había enseñado Yara – cantamos hasta que se aburrió los dueños del bar.
Aún una hora en pie al acampamento no nos podía apagar los ánimos.