
Por Edu Granados, fotógrafo de la edición 2016:
Camino de Santiago, número 686, mediodía. Américo se asoma a la ventana al escuchar el murmullo de un gran número de jóvenes mochileros acercarse a su casa. Al llegar, el grupo de camisetas amarillas se detiene para beber de su fuente. Algunos aprovechan para empaparse de agua y otros hacen lo posible para buscar la escasa sombra que proyectan las ramas de un par de arbustos. El calor es terrible y aún quedan unos diez kilómetros para llegar al destino final de la caminata de hoy, Ponte da Lima.
Sí, ya estamos en el norte de Portugal.
A eso de las ocho de la mañana, y con agujetas de la caminata anterior, abandonamos el gélido polideportivo de Puebla de Sanabria, el último destino que nos acogió en España. Subimos al bus entre bostezos y cabezadas. Poco, poquísimo, tardamos en dormirnos. Así pasamos la frontera de España con Portugal.
Después de un par de horas, el motor se detuvo en seco. Se escuchó un lejano ¿Hemos llegado?, que no recibió respuesta. Las cortinas se corrieron, los respaldos de los asientos volvieron a su posición inicial y comenzamos a descender de lo que había sido el paraíso para nosotros durante unas horas.
Creo que la Ruta Inti y cualquier aventura que te saque de tu zona de comodidad, tienen ese poder. Convertir en maravilla cualquier cosa que, fuera de aquí, en nuestra rutina, consideramos irrelevante o insignificante, como puede ser un simple desayuno, un trago de agua o un viaje en autobús.
Sin tiempo para desperezarnos, comenzamos la ruta. El sol pegaba de lleno y esa sería la melodía de la caminata de hoy: parte del Camino de Santiago portugués, una veintena de kilómetros entre Tamel y Ponte da Lima. El terreno era llano, propicio para que las conversaciones discurrieran sin interrupciones y cansancio. Ya no nos preguntamos cuál es nuestro nombre, de dónde somos y qué estudiamos. Eso dejamos de hacerlo hace unos días. Ahora queremos saber: por qué nos llamamos así, cómo es el lugar en el que vivimos y por qué estudiamos lo que estudiamos.
Todo eso pasa entre inmensos campos de maíz y pequeños pueblos, cuyos balcones vestidos con banderas de Portugal nos recuerdan que este país celebraba hace una semana la victoria de la Eurocopa. Sirva este dato, aunque sea, para iniciar una conversación con los portugueses que conoceremos a lo largo de estos días. Muitas felisitasiones por la victoria y el resto que llegue solo.
Así conocimos a Américo, el del Camino de Santiago, número 686. Un hombre de unos 50 años que poco tardó en que querer saber sobre nosotros. Y nosotros sobre él. Nos contó que diariamente ve a pasar peregrinos y que siempre intenta hablar con ellos. Al fin y al cabo, la fuente era un mero pretexto para sentarse y hablar. Por lo menos intentarlo. Nosotros fingimos hablar portugués, pero lo que hacemos es “falar” español y cambiar el acento sin llegar a ser gallegos. Algo realmente ridículo, pero que a veces funciona. Con Américo fue un éxito: nos invitó a vino, que no probamos, nos enseñó su casa, su huerta, su porco, su limonero y poco faltó para que nos dejase bañarnos en su estanque, que era lo que deseábamos. A Peter, un expedicionario húngaro con un castellano envidiable, le impresionó cómo este hombre nos había abierto las puertas de su casa. Algo impensable en su país, nos contaba.
Tras una semana de expedición, me atrevería a decir que la Ruta Inti se puede contar juntando momentos y escenas como esta. Suceden diariamente, están ahí, con una intensidad vertiginosa, que pocas veces podemos abarcar. Seguimos.