
La reina del desierto. Por Javier Terrero.
En el autobús impera el silencio y la emoción adormecida del viajero. La expedición prosigue sus andanzas por el desierto marroquí. Un marrón grisáceo se apodera del hermoso paisaje montañoso y nos envuelve en un dulce sueño. Se ha madrugado mucho para cumplir el apretado itinerario. El segundero parece haberse vuelto loco en estos días de aventura, novedad y peligro.
Breves paradas se realizan durante el trayecto a Zagoura, nuestro destino final. La más larga es la de la comida, en pleno oasis. Los expedicionarios disfrutan de unos minutos de tranquilidad a la sombra de las palmeras.
La ciudad es alcanzada por la tarde. Auténticos bereberes nos reciben en un camping. A nuestro lado habitan unos bellos dromedarios.
Uno de los expedicionarios organiza un taller teórico sobre astronomía. El cielo parece despejado. La idea es adelantar conceptos básicos para la noche, en la que se señalarán las principales constelaciones de la bóveda celeste.
El plan se frustra en cuestión de segundos, cuando una gigante nube de arena nos envuelve por completo. Los expedicionarios se proveen de sus pañuelos, adquiridos por recomendación en alguna de las ciudades visitadas, y, con la arena acariciando sus rostros, se agrupan ordenadamente. La tormenta amaina.
Comienza una breve caminata hasta la antigua Kasbah, ahora un manojo de polvo y rocas desperdigadas a lo largo de la montaña. Vista desde lo alto, la ciudad parece una maqueta de juguete, como si se pudieran deshacer sus humildes casas con tan solo tocarlas. Más de 2000 palmeras rodean a la antigua capital marroquí. ¡Y pensar que fueron los tuaregs, caminantes del desierto, los que allá en el s.XI crearían de la nada la mítica Zagoura, conocida durante siglos como planta del desierto!
El sol se esconde tras la cordillera que resguarda la villa. Disminuye la temperatura, que aun en la tarde alcanzaba los 50 grados. Zagoura, bien mirada, parece una reina triunfante en la soledad susurrante del desierto, nacida para demostrar que la civilización es posible allá donde la vida no alcanza.
Convencido estoy de que, en el sueño de muchos de los expedicionarios, aparecerá solitaria e imperante, la mayor de las ciudades del desierto.
2 comments
Ana Berbel
9 agosto 2014 at 08:23
Gracias a vuestras crónicas, podemos volar a vuestro lado. Mil gracias, chic@s bellísimos.
Carmen
11 agosto 2014 at 18:28
Preciosa crónica. Podría ser el comienzo de una novela.
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