
Por Celia de Jorge.
Molinos grandes, mirada pequeña y toda una ciudad por descubrir. Entre horas de sueño acumulado y mucha alegría durante los geniales viajes de bus, aterrizamos en Campo de Criptana. Ante aquel calor sofocante, se desprende un nerviosismo especial, de aquel que espera encontrar pero no sabe por dónde empezar a buscar.
Recuerdo mi sensación y la de mis compañeras – cada día más amigas – cuando vislumbramos por el alargado cristal del autobús, los maravillosos molinos. Los “gigantes” con los que se peleaba Don Quijote, aquellos eran. La emoción es tal al verlos, que saliendo del bus me cuesta asimilar en qué lugar estamos.
Tras algunas pinceladas históricas – siempre tan agradables – de Nano, nuestro director, nos adentramos en aquel espacio-tiempo que este día nos pertenece, pero en un pasado fue el lienzo blanco en el cual se inspiró Cervantes para escribir.
Puede que las palabras se queden cortas para retratar este paisaje cargado de tanta historia, pero el recuerdo siempre permanecerá en mi corazón y espero que en el de mis compañeros. Al igual que pronunciaremos ese “hasta luego” el último día de expedición, Criptana será uno de esos destinos donde un “adiós” no tiene cabida.
Por otro lado, he de expresar que no son los lugares por los que pasamos los que conforman la experiencia de la ruta, sino las personas que te acompañan y completan tu viaje, las que hacen que este recuerdo se mantenga vivo y vivamos día a día por mejorarlo entre todos. Los años pasan, los recuerdos se distorsionan y las circunstancias cambian con nosotros pero la ruta que hoy por hoy construimos 60 personas, es y será siempre única. Gracias.
One comment
Alberto
24 julio 2015 at 19:39
Que foto mas bonita. Como se nota que Cristina tiene sangre manchega.
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