
El coloso de arena. Por Javier Terrero.
Hoy es día de paisaje y distancia. Hemos cruzado las ciudades, abandonado las montañas y rebasado la frontera del cálido desierto. Los expedicionarios viajan de sol a sol. El pésimo estado de las carreteras impide cubrir los escasos 500 kilómetros que nos separan de nuestro destino con la celeridad que se precisa.
La temperatura aumenta conforme nos adentramos en el interior de Marruecos. En una breve parada a media mañana, los expedicionarios pasean por el conocido como Parque de los Monos. Varios de estos curiosos animales acuden tímidamente al encuentro de los ruteros.
Tras la comida, una capa de grava y roca termina por vencer al paisaje agrestre. La vegetación desaparece. Montañas grises emergen en la lejanía. Algún arbusto disimula la aridez del terreno. A la media tarde vuelve a cambiar. Esta vez pueblos diminutos, nacidos de la nada, con casas bajas y amarronadas, se camuflan con el entorno parduzco. Algunas localidades amuralladas, de mayor tamaño, evocan leyendas africanas que ya nadie recuerda.
Las furgonetas se detienen al límite del mayor desierto del mundo: El Sáhara. A un lado, enormes dunas se dirigen al cielo, al otro, niños juegan al fútbol sobre la recalentada grava. El sol desaparece tras una nube de arena, de esas que viajan cientos de kilómetros y construyen playas lejanas y exóticas.
Comienza la caminata nocturna. El inmenso coloso engulle a la expedición. El terreno dificulta el avance a caminantes inexpertos como nosotros. La luna brilla en el cielo como en ninguna otra parte del mundo. De la oscuridad, de repente, surgen dos faros de coche que guían nuestros pasos hasta el campamento. La noche hace más atractivo si cabe uno de los recovecos más peligrosos y misteriosos del mundo.
Por fin, ya noche cerrada, y tras una cena al más puro estilo bereber, en alfombras sobre el suelo saharaui , los ruteros se introducen en sus respectivas khaimas y, agotados, caen rendidos al abrigo del desierto. La aventura prosigue… en sueños.
One comment
Ana Berbel
12 agosto 2014 at 21:56
Frase que he encontrado hoy y os la dedico a todos.
“No existe desierto alguno, ni precipio, ni océano que yo no esté dispuesta a atravesar” Madame Bovary.
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