
Por Miguel Bruñó-Sanchís, expedicionario de la edición 2015 y 2016:
Sobresaltados, una voz penetrante nos despierta a las 5 de la mañana. A escasos metros de la Riad donde dormíamos, se llamaba al rezo desde el minarete de la mezquita, al que deduzco solo acudían los fieles más devotos. Otra voz más familiar, la de Pablo, nos despertaba un par de horas después. Esa mañana nos esperaba una divertida gymkana por la ciudad de Marrakech, pero antes de empezarla nos despedimos de una rutera muy especial, Susana, que tuvo que marcharse un par de días antes que el resto. Todas la despedimos efusivamente, pues ha sido una persona imprescindible en la Ruta, que nos ha iluminado a todos con su sonrisa, con su sentido del humor y con su cariño. Me permito saludarla desde aquí en nombre de todas y mandarla un abrazo muy fuerte que esperemos que reciba esté donde esté, pues ya se sabe que los ruteros no paran mucho por casa.
En la gymkana visitamos puntos clave de la ciudad. La plaza Djmaa-el-Fna, corazón de la ciudad, donde día a día transitan miles de personas, turistas y locales, y llenan de vida una plaza cuya probable mejor definición sea esa precisamente: vida. La torre Cutuvia, de origen almohade, que tiene su réplica casi exacta en Sevilla, la famosa Giralda. El Palacio Bahía, grande y majestuoso, y el mausoleo de la dinastía Saidí. Reconozco que no me fijé tanto en los monumentos en sí como en el perderse por las calles. Calles estrechas, impregnadas del color rojizo que caracteriza a Marrakech, motos y carros que se abren paso a duras penas, gritos de los vendedores, olor a especias, yoghourt, zumo de naranja, olivas, aceite de argan, shawarma, pizza marroquí, harira, aromáticas farmacias de remedios naturales, calles solitarias que se alternan con calles bulliciosas, rincones inesperados. No se puede ser pasivo en Marruecos, tienes que ir con todos los sentidos activados al máximo.
En la tarde tuvimos un tiempo libre en el que pudimos disfrutar más tranquilamente de la ciudad y sobretodo, aprovechar y exprimir al máximo este final de ruta, aprovecharlo con esas personas que más nos han marcado a cada una, exprimir las amistades que hemos creado en un contexto inmejorable para ello. La despedida se acerca y empieza ya a doler. A los más ñoños, como yo, nos empiezan a salir ya las palabras bonitas, los te quiero, los gracias por todo, los abrazos, las lagrimillas. No quiero imaginarme como serán los dos días que quedan. Los lazos que aquí hemos creado son únicos, este es un sentimiento que difícilmente se puede entender si no se está dentro, si no se han compartido tantos momentos mágicos, tantas conversaciones intensas, tantas bromas y tantas conexiones. Tampoco se puede entender sin momentos no tan buenos, sin afrontar las durezas del viaje, la tristeza, el dolor, la decepción, la rabia. Hemos aprendido mucho, y lo más importante, hemos aprendido juntas. Hemos cambiado, también juntas. Hemos hecho muchas cosas y, lo mejor de todo, esto sólo es el principio.
Buenas noches.