
Por Santiago Álvarez-Ossorio, expedicionario de la edición 2016:
Arena, calor y viento, mucho viento. El desierto del Sáhara es conocido por ser uno de los lugares más inóspitos del planeta y, sin embargo, fue para nosotros una sorpresa que nos recibiese calurosamente con una tormenta de arena.
Apretados en Haimas (tiendas de caña y telas típicas de éstos territorios) y sin opción de dormir bajo el cielo marroquí como estaba previsto, despertamos a eso de las 8 de la mañana con la intención de subir a la duna más impactante del entorno de Merzouga, la Gran Duna. Con sus 600 metros de altura ésta mole de arena era visible a varios kilómetros de distancia y con ella la fila de turistas que ascendían por su pendiente hacia la cima. Nuestro plan inicial se truncó antes siquiera de que despertásemos ya que, debido a la tormenta de arena que os mencioné, no pudimos abandonar el campamento a una hora que nos permitiese evitar durante la caminata las horas más intensas de sol. Con un par de horas de retraso decidimos ascender una duna próxima a donde nos encontrábamos y que, pese a ser considerablemente más pequeña que la Gran Duna, nos ofreció unas impresionantes vistas del desierto. Tras completar el recorrido hasta donde estaban aparcados los autobuses –parte de la expedición pudo hacer ese trecho a lomos de dromedarios- disfrutamos de un desayuno para cargar fuerzas y afrontar un día de viaje por carretera.
Salvo un par de paradas “técnicas” y alguna otra para visitar brevemente algún mirador a nuestro paso, nuestro viaje prosiguió hasta que llegamos a las gargantas del Todra. Éste impresionante espacio natural consistía en una estrecha abertura prácticamente vertical con una profundidad de varios cientos de metros por la cual dicurría un pequeño rio en el que se bañaban tanto locales como visitantes. Para mi gusto nos encontramos con un enclave excesivamente turístico, falto de la autenticidad e intimidad como para poder impactarnos de verdad. Antes de partir aprovechamos esta parada en nuestro camino para comer el almuerzo y tener una sesión de talleres académicos a la orilla del rio.
De nuevo en ruta atravesamos parajes desérticos bajo una inesperada tormenta de verano -que nos hizo pensar en la ironía de que nos haya llovido en casi la mitad de los días de ruta por suelo marroquí- antes de llegar a nuestro destino final, un parque próximo a una estación de servicio donde acampamos –por última vez, antes de llegar a Marrakech-.