
Por Pablo Cañas, expedicionario de la edición 2016
El sol se asomaba por el poblado de Flilou y, junto con ello, un nuevo dia de expedicion. Yo me levanté con un conjunto de sensaciones muy diferentes. Por un lado, estaba hasta las narices de los cientos de moscas que revoloteaban por mi cuerpo, molestandome muchisimo. Tambien estaba contento, con la resaca de la boda bereber y el posterior banquete que habiamos tenido la noche pasada. Y finalmente, era un momento triste porque nos teniamos que despedir de la familia amazigh que nos habia estado acogiendo durante ya 5 días. Pero bueno, así son los dias de ruta, acabas etapas de manera express para empezar otras igual o incluso mas emocionantes.
Y lo que tocaba ahora no iba a decepcionar ni muchísimo menos: el desierto del Sáhara. En realidad fue un día muy tranquilo, de travesía. Me pasé las 6 horas de viaje combatiendo mi cagalera, imponiendo el método más efectivo para no sufrirla demasiado: dormirte. Lo de las diarreas era muy gracioso: durante toda la etapa de Marruecos habíamos ido cayendo poco a poco, y en realidad es como una lotería, porque te puede pillar en un lugar con baños ‘normales’, o te puede tocar en medio de la nada, teniendo que ir a hacer tus necesidades al árbol más cercano.
Lo dicho, muy divertido todo. Por el camino pasamos por la garganta del ziz (?), un lugar muy bonito e impresionante de ver. Finalmente, llegamos a la ciudad de Merzouga, ya en el desierto de arena, el que mola. Tras un breve tiempo libre que nos valió para relajarnos, nos dirigimos a la sorpresa que tenía preparada organización: un paseo en dromedario por el desierto. Las sorpresas en la ruta son muy relativas, porque al final todos nos enteramos de oídas.
Sin embargo, y a pesar de que casi todos sabían lo del paseo, yo no tenía ni idea del asunto y no me podría haber llevado una sorpresa más grata. Sinceramente, el desierto era lo que más ilusión tenía de ver, y para mí montar en dromedario fue una maravilla. Apodé al mío Sandalio, y dimos una vuelta por el desierto que nunca voy a olvidar. A pesar de ser de noche y no podee apreciar verdaderamente el paisaje, fue una manera muy distinta de disfrutarlo, con la luz de la luna y las estrellas adornando la oscuridad de las vistas.
Finalmente, llegamos a donde íbamos a dormir aquella noche: en una jaima en medio del desierto. Desgraciadamente, nos pilló una tormenta de arena durante toda la noche y no pudimos hacer vivac, por lo que tuvimos que dormir todos en 2 jaimas de 20 metros cuadrados, enlatados como sardinas y dandonos calorcito durante la noche. Fue un día genial. Como todos.
Fin de la conversación de chat