
Por Irene Santos, expedicionaria de la edición 2016:
Hoy ha sido el último día de convivencia con la familia amazigh en la que estamos. A pesar de que hemos tratado de remolonear en el saco unos minutos más, a las 7 ya estábamos en pie. Después de pasar el día de ayer en el campo segando hierba entre los manzanos, hoy nos hemos quedado en casa. La vida de los bereberes transcurre a una velocidad distinta a la nuestra, con mucha más calma. Amasar el pan, limpiar el polvo de las alfombras, pelar y cortar verduras o fregar el suelo ha ocupado nuestra mañana. Entre medias, las niñas de las casas de al lado entraban en tropel a jugar con nosotros junto a Farah y Selma, las hijas de nuestra familia amazigh. Con tanta chiquillería, el salón pronto se ha convertido en una guerra de cojines, cosquillas, risas y gritos en árabe, amazigh y francés.
Resulta muy fácil comunicarse con los niños, que rápidamente nos cogieron confianza al llegar. Mientras Yasin nos caricaturiza en sus dibujos, Farah y Selma se dedican a despeinarme con un cepillo y gomas del pelo como si fuera su muñeca. Con los adultos, sin embargo, es diferente. Comunicarse resulta una tarea difícil en la que hay que recurrir a gestos, dibujos y las cuatro palabras de la lengua tamazigh que hemos aprendido. A pesar de todo, hoy mientras cocinábamos el pan en el pequeño horno de leña hemos conseguido entablar una pequeña conversación con Asisa, la madre de la familia. En pocas palabras nos ha explicado cómo se hacía el Agrom (pan) y hemos hablado de nuestras familias.
La verdura que habíamos cortado por la mañana ha terminado siendo el tagine, que con cinco o seis especias diferentes hemos comido todos juntos, con las manos, acompañándolo como siempre de mucho pan. Después de comer y de una buena siesta, hemos bajado al pueblo donde solo unos pocos hemos dado el taller de historia y políticas, porque más de la mitad de la ruta ha sucumbido a la gastroenteritis. Esperemos que una de las ventajas de vivir en la casa de la montaña a media hora del pueblo nos evite acabar también todo el día en la letrina.
El día ha acabado sobre una colina viendo ponerse el sol sobre el pueblo de Flilú. Desde lo alto se veía el pico que escalamos hace unos días, el perfil del conjunto de montañas del Alto Atlas y todos los techos del poblado de casitas cuadradas de adobe que ha sido nuestra casa estos últimos cuatro días y del que mañana nos tocará despedirnos.