
Por Javier Terrero, coordinador de talleres y encargado blog.
Último día de la expedición y una hilera de expedicionarios, aquellos que resistieron despiertos, contemplan el amanecer desde la playa. Nacido del mar, inmenso y redondo, un enrojecido sol se eleva lentamente, arrastrando al olvido tonalidades moradas y grises. El última día, o el primero de una nueva aventura, nace por fin.
Los expedicionarios desayunan pausadamente en la playa. En su manera de hablar, de desplazarse, de mirarse unos a otros, se sobreentiende algo nuevo. El día de hoy no es como los anteriores, con principio y fin. La luz del sol se refleja en un mar calmo y las pupilas de los jóvenes retienen un mar de estelas que penetrará en lo más hondo de ellos. Un taller de improvisación musical reune al grupo al completo por última vez.
En otra realidad, lejos del clamor de la música, los miembros de la organización, los grandes olvidados de estas crónicas, aprovechan el momento para reunirse y hacer una valoración de este segundo año de aventura. Un año de crecimiento, de éxito, pero también de fallos y expectativas no cumplidas, que habrán de posponerse a años venideros.
Una vez terminados ambos eventos paralelos, los expedicionarios, a la carrera, se dirigen hasta las afueras de la localidad. Aquellos que han decidido proseguir su aventura por tierras de Turquía, desafiando al miedo o al rechazo, se marcharán los primeros. Para todos ellos es el silencio y las lágrimas que, duramente contenidas en días anteriores, terminan por discurrir, como regueros de agua, por las mejillas de muchos de los jóvenes. El final de esta aventura ha llegado casi de improviso. Los expedicionarios, conscientes de ello, condensan todo lo sentido en un instante, un aprendizaje que podría equipararse al crecimiento de meses y meses de vida, un seísmo que ha resquebrajado cualquier estructura precedente, que deja a cualquiera desamparado bajo la lluvia del mundo, afilada y cansada.
En ese abrazar precipitadamente, en esas miradas llenas de esperanzas, de buenos deseos y vida, este cronista encuentra una felicidad que no tiene precio, aquella de los que construyen, de alguna manera, un futuro más bello y más limpio. Se lee en la escena una verdad profunda y completa, que se vale por sí misma: Este viaje será motor de cambió en muchas vidas.
Ahora que, por desgracia, nos lanzamos contra la rutina, el descontento, la decadencia, la pobreza.Ahora que nuestro futuro es la universidad, el tedio de los que han olvidado ser niños. Ahora que este viaje ha concluido… recordemos cada día lo aquí vivido. Demostremos al mundo que otra manera de mirar es posible, que los rayos del sol iluminan al que abre bien los ojos y que, incluso cuando llueve, siempre queda la opción de bailar bajo la lluvia. Porque así nos lo enseñaron el camino de Cervantes, la inmensidad de Atenas, el silencio del Olimpo y, sobretodo, cada una de las personas que conformaron este viaje.
Gracias de nuevo, Ruta Inti.