
Despedida al laberinto. Por Javier Terrero.
Fez es una ciudad infinita. Nuestro último día y apenas hemos acariciado su esencia. Somos cincuenta gotas de agua en un inmenso lago de callejuelas y estrechas aceras. Qué complicado es absorber cada instante, centrarse en el momento, mantener los ojos bien abiertos.
Hoy la expedición visita una segunda curtiduría, en esta ocasión la más grande de Marruecos. Grupos de hombres frotan las pieles al sol. Huele a agua estancada, a trabajo duro, a humedad y cansancio. Se respira el esfuerzo y la paciencia en cada uno de los tejidos que secan en largos tenderetes, preparados para convertirse en algún bolso, alguna cartera, algún utensilio de gusto para el turista de turno.
La expedición abandona la medina. Rodeando la muralla de la kasbah, el grupo se asienta en el parque de Hassan II, más allá de la famosa Puerta Azul. Dos expedicionarios organizan un taller de iniciación a la antropología. Temas como el género, la cooperación, la diversidad cultural etc. son discutidos por los ruteros, siempre guiados por los ponentes, ambos universitarios experimentados en el tema, que no dudan en resolver nuestras preguntas y desbancar algunos de los mitos más frecuentes de la antropología moderna.
Último tiempo libre en esta hermosa ciudad. Última oportunidad para fundirse con sus gentes. Los expedicionarios recorren despacio, como despidiéndose, los angostos pasadizos del zoco. Ni mil noches en Fez bastarían para descubrir los pilares que la sostienen.
Permítasele a este cronista, llegados a este momento, desviarse de los hechos para aportar mi granito de arena, mi sentir y mi opinión que, durante estos días, como buen cronista, se han mantenido camuflados entre las líneas.
Puedo hablar en nombre de todos cuando afirmo que llevamos una semana y media de experiencias inolvidables. Las ciudades de Marruecos nos han revelado una nueva dimensión histórica, un nuevo modo de vida. Hemos entrado en contacto con la tradición, la religión y la cultura de un pueblo a la par incomprendido y fascinante. Somos más conscientes, más fuertes y más completos que antes de empezar nuestro camino.
Mañana empezamos una nueva aventura, una nueva forma de viajar. Abandonamos la comodidad de la ciudad para bucear en otra realidad compleja, en otra cultura. Los pueblos bereberes nos transmitirán sus enseñanzas y sus saberes tradicionales, imposibles de abarcar de otra manera. El desierto y la montaña nos esperan con los brazos abiertos, casi con tanta ilusión como la que nos mueve a nosotros al proseguir en este viaje.
La noche siempre acude a nuestro rescate cuando el cansancio nos supera. La expedición organiza sus mochilas. Se despliegan las esterillas en el suelo. Todos y cada uno de los expedicionarios anhelan el día de mañana. Es importante descansar. La verdadera expedición, lo más auténtico de esta experiencia, no ha hecho más que empezar.