
La expedición abandona Buitrago, no sin algunas dificultades en materia de organización, propias de las primeras experiencias. Hoy comienza la acción de viajar en un sentido terrenal, de desplazamiento. El viaje, de valores y de ideas, comenzó ya hace dos jornadas.
Los autobuses nos trasladan al centro de Madrid, al barrio de las letras. El convento de las Trinitarias, lugar de descanso de un genio de nuestra literatura, abre las puertas para nosotros. A la entrada, una inscripción nos recuerda que los hombres más grandes pueden morir en sitios relativamente humildes.
Le acompañan en su santuario estatuas de Pedro de Mena, retablos barrocos. Al fondo se aprecia el coro, con pinchos a ambos lados de las rejas, para evitar que posibles donjuanes treparan hasta las novicias, para enamorarlas y robarles su pudor y su inocencia.
Tras un tiempo libre por las calles de la capital, se organiza una pequeña visita guiada que recorre algunos de los lugares más emblemáticos, como la Puerta del Sol, la plaza Cibeles, Ópera, etc.
Por la noche llegamos a tierras de Toledo, y es entonces cuando damos origen a unos de los experimentos de este año. Un grupo de expedicionarios nos dan un maravilloso taller sobre El Dilema del Prisionero, un concepto antropológico que indaga en la naturaleza humana y en el funcionamiento de la sociedad. El debate que se genera es muy intenso, y se alarga durante horas. El enriquecimiento intelectual y humano no cesa de aumentar en esta expedición, y el día de hoy es un ejemplo de ello.
La noche cae y la cena se presenta, con hambre por parte de los expedicionarios, cansados de un día largo. Los ruteros deciden hacer vivac en el patio, y las estrellas les vigilan hasta que el sueño les vence. Después la noche y el viento que enfría la noche. Después el silencio.