
Por Javier Terrero, encargado de blog y coordinador de talleres.
El despertar de hoy amenaza con silencio y despedida. En la madrugada, algunos valientes se levantaron para presenciar la lluvia de estrellas desde la playa, de la mano de un expedicionario experto en astronomía, y muchos son los rostros cansados en el desayuno.
La mañana comienza con una conferencia de nuestros profesores del taller “antropohistoria”, que indagan en la religión griega, así como en el rol de la mujer en ciertas polis de la Grecia clásica. Esta temática fue propuesta por los propios expedicionarios, ávidos de conocimientos y algo críticos con haber llegado a casi el final de esta aventura sin conocer la realidad religiosa que trasciende la decena de templos visitados durante la expedición.
Tras un breve tiempo libre en la playa, de aguas cristalinas y templadas, la expedición retorna a Kavala, dejando el oro de Thassos a su espalda, en un recorrido marítimo relativamente largo, donde se aprovecha para comer y recoger firmas, dedicar cuadernos, camisetas y hasta banderas, en lo que es ya, por desgracia, el penúltimo día de expedición.
Largas horas de carretera, densas y pesadas, aligeradas a veces por algún destello de mar, o de bosque, o de pueblo en la lejanía, adormecen a los expedicionarios, que llegan al atardecer a Halkiriki, una de las regiones más bellas de Grecia. Allí, en una playa paradisiaca, en la que se divisa el fondo a la perfección, los bancos de pequeños peces desplazarse por el fondo, aun ya caída la noche, la expedición disfruta de un baño nocturno.
La noche será larga. Seguramente habrá música, y lágrimas, algún que otro beso. Mañana todos dirán adiós y serán otros, distintos a los que llegaron aquel primer día a Madrid sin conocer apenas lo que les depararía el futuro. Hoy, sin embargo, aún son grupo que se reconoce a sí mismo, ilusión compartida, y esta noche parecen concentrarse sus sueños, su aprendizaje, sus miedos, todo junto en esta playa solitaria. Oh, yo lo sé bien, nadie dormirá esta noche. Esta noche noche no. Ahora el blanco de la arena y el negro del agua los une para siempre, y quizás creyendo que mañana nada será distinto, simplemente cantan como si no fuera a amanecer nunca.