
Por Ángel Ortiz, expedicionario de la edición 2016:
El día fue bastante tranquilo. Por la mañana desmontamos el campamento base del final de la caminata que tuvimos el día anterior donde subimos a un pico con unas vistas increíbles de las cordilleras del Atlas medio. También tuvimos un taller de gestión del agua que impartió nuestra compañera Gara, con el propósito de realizar un trabajo de campo sobre la agricultura y el uso que dan al agua en los pueblos amazigh.
Por la tarde las personas del taller de Ciencias Políticas e Historia se repartieron en tres casas diferentes, haciendo de este día el primer día de convivencia. Sorprende lo hospitalarios que son. Entramos a cualquier casa y las teteras rebosan de té marroquí que llenan de bloques de azúcar. Ellos te dan todo el que quieras obviando su sed.
Las casas son las típicas que se ven en algunos blogs de viaje, hechas de adobe, piedras y madera con los techos muy altos y planos. Viven de los terrenos de manzanos que hay en el valle en una zona semiárida y de los animales que tienen en su propia casa. Realmente tienen lo justo y algún lujo: televisión de unas 10 pulgadas de las que se veían en las casas españolas hace unos 40 años, un DVD y una nevera. Lo demás son muebles rudimentarios, una bombilla en cada habitación, gas para cocinar y tapices, muchos tapices. El único libro que hemos visto es El Corán.
La familia con la que estamos ocho expedicionarios la componen Omar y Assisah, que son los padres, de 34 y 25 años, respectivamente; Farah y Selma, que son las dos hijas con 2 y 6 años; y Yassin, el sobrino de Assisah que tiene 10. Tras las primeras impresiones, los niños han sido los que más se han adaptado a nuestra presencia. Mientras cenábamos jugaba con la niña más pequeña y con Yassin, mi mejor shajbi (amigo).
Una buena cena, ver las estrellas en el cielo y una nueva experiencia que en días próximos mejorará, estamos seguros de ello. Ahora mismo no nos apetece estar en otro lugar, un lugar en el que sientes cómo vivían los pueblos antiguos.