
Un mundo entre culturas. Por Javier Terrero.
Tánger recién se sumerge en el letargo del Ramadán cuando la expedición entreabre los ojos. Una voz quebrada desde la mezquita, llamando a la oración de la mañana, ahuyenta al dulce silencio matutino.
La jornada comienza con un paseo por las calles de la ciudad. Recientes edificaciones, cercanas al Instituto Español Severa Ochoa en el que nos alojamos, dan paso a la vieja Medina de Tánger. Los expedicionarios descubren un mundo nuevo. La historia reluce entre los diferentes mercados, junto a los restos de la vieja muralla y en las viejas y estrechas aceras que construyen la villa.
Atravesando un pequeño pórtico, aparecido de la nada, nos encontramos el mar y el área en la que se extenderá el nuevo puerto deportivo. A pocos metros, ancianos con flautas y serpientes realizan un espectáculo de doma, mientras jóvenes cargados con artículos de todo tipo tratan de engatusar a los turistas.
En la ciudad se respira la estrecha relación entre el mundo islámico y el occidental, que se solapan armoniosamente en las costumbres y los viandantes que se agolpan en sus calles. La riqueza de algunos barrios contrasta salvajemente con las zonas más pobres, donde ancianos sentados sobre raídas mantas extienden su brazo en busca de limosna.
La expedición se dirige en torno al mediodía a la Kasba, centro fortificado del casco antiguo, con cientos de años de antiguedad, modificado por pueblos tan dispares como los reinos musulmanes, el imperio español o la corona portuguesa. El legado internacional de Tánger se hace más patente ahora que contemplamos, de primera mano, la influencia que ciertos pueblos tuvieron en su creación y desarrollo.
Por la tarde abandonamos Tánger y nos dirigimos a la antigua colonia portuguesa de Assilah. Tras un breve descanso en la playa, ya entrada la noche, las puertas de la ciudad se abren de par en par para nosotros. Las viejas murallas ocultan una riqueza arquitectónica y cultural inigualables. Las paredes han sido adornadas con modernos graffitis con motivos sociales y religiosos y parece, en una bella noche como la de hoy, que transitamos por las calles de una ciudad extraída de un cuento clásico musulmán. Un tiempo libre permite a los expedicionarios realizar algunas comprar, tomar algún te en el paseo marítimo o simplemente pasear y descubrir con sus propios ojos los infinitos recovecos de a ciudad. ¡Cualquier oportunidad es buena para sumergirse en la vida marroquí!
Pasada la medianoche, la expedición regresa al campamento y se retira a las tiendas. La noche tendrá seguro una segunda parte de cambio de impresiones, reflexiones y algún flirteo nocturno. Este cronista, sin embargo, de eso, apenas conoce nada.