
Por Marta Martínez, expedicionaria de la edición 2016:
El grupo 3, en su sabiduría infinita, había desarrollado una nueva estrategia de éxito para aumentar sus reservas calóricas sin caer en el mote de “gordos” como eran conocidos los del grupo 1 (al menos hoy, que no habían arramplado con los últimos restos de pasta y patatas que quedaban de la cena). La estrategia consistía en esperar a que el resto de ruteros desalojase después de acabar de cenar (cosa improbable, por lo que se puede dudar de la eficacia de la estrategia), para dar comienzo al glorioso proceso de rebañar la cacerola. Cucharas, pan, lengüetazos, y dedazos, todo vale.
Hoy era especialmente necesario, habíamos estado caminando a través de unas gargantas. Caminando y lavando las botas de montaña más bien. Había más agua que rocas donde apoyarse, cosa que no venía del todo mal, debido a la roña que habíamos estado acumulando (se puede decir que enturbiábamos el agua a nuestro paso). Fue una de las mejores caminatas en cuanto a paisaje que habíamos tenido. La excursión se amenizó con la parada a comer (bocata de salchichas fritas y cebolla caramelizada) y el baño en el embalse en el que parecía que te teletransportases a aguas del Polo Norte.
Montamos las tiendas de campaña antes de que nos pillase el diluvio universal, y algunos ruteros dieran sus talleres sobre el Brexit y la música como un no lenguaje universal.
La ruta en parte pretende ser un reto personal, asi que el momento de la cena no iba a ser menos: oscuridad, tres riachuelos que atravesar, chanclas o botas de montaña (a elegir), frontal (si se te ha quedado sin pilas, te pegas al culo de otro rutero), para llegar a la cena.
En resumen, uno de los días más redondos de la ruta.