
Por Magdalena Balcells, expedicionaria de la edición 2016
Nos despertó el olor a pan tostado y el humo de la hoguera y las primeras gotas de lluvia. Nos levantamos y bailamos salsa con Guille y Javi, aunque no nos apetecía mucho porque seguíamos cansados por la caminata del día anterior, pero nos reímos bastante porque la verdad es que bailamos muy mal. Después desayunamos y luego tuve taller de impro y de antropología.
Lo peor fue cuando nos dijeron que teníamos que meter en la mochila pequeña cosas para ocho días en el Atlas y tuve que dejar muchísimas cosas necesarias y meter todo a presión en la mochila.
Pasamos muchísimas horas en el bus, casi todas durmiendo porque estábamos reventados, pero también me gustan los momentos que tenemos en bus, porque podemos aprovechar para hablar, dormir, escuchar música, leer, y hacer todas las cosas para las que no tenemos todo el tiempo que nos gustaría, porque normalmente siempre estamos corriendo de un lado a otro. Ese día estábamos también súper emocionados porque llegaba la parte más emocionante del viaje, la subida al Atlas y la convivencia con las familias amazigh.
Después de mil horas de bus y algunas paradas para comprar agua y comida, llegamos de noche al campamento en el que nos quedaríamos varios días. Montamos las tiendas de campaña, y la gente del pueblo nos invitó a beber té, y estuvimos hablando y cantando con ellos. Algo que he descubierto estos días es que la gente que menos tiene es la que más te da, y no deja de impresionarme lo bien que se han portado siempre con nosotros. Marruecos es un país alucinante y lleno de contrastes, a cada sitio que vamos tengo claro que quiero volver.