
Por Javier Baranda, expedicionario de la edición 2016:
“CANTANDO BAJO LA LLUVIA”
El zumbido de una avispa nos despierta por la mañana. Hace calor en la tienda y el sol brilla en lo alto del cielo. Es día de caminata, y aunque Rasheed nos anuncia tormenta, nada parece indicarlo. Por delante tenemos 32 kilómetros a través del Medio Atlas antes de volver al campamento. Comenzamos a andar cerca del mediodía, y muy pronto el calor aprieta y las canciones y animadas conversaciones van amainando. El paisaje que nos rodea es excepcional, grandes explanadas casi desérticas rodeadas por imponentes bosques de cedros en las colinas.
Abdalah y Brahim, nuestros guías, nos van mostrando todos los puntos de agua y a aprovecharla. Desde manantiales naturales, pozos construidos hasta la detección de puntos de agua por medio de una ramita vibradora (que me aspen si no parece brujería). Algunos valientes beben sin miedo de las fuentes que nos vamos encontrando, otros no confían tanto en su estómago (yo me encuentro entre estos últimos).
Un grupo de hombres nos ofrecen un té a la sombra que a más de uno le despertó del sueño que tenía encima. Cada vez me estoy aficionando más al té. Eso o que necesito azúcar como el beber. La caminata sigue y nuestro compañero Limo abre la marcha a lomos de su bravo corcel (también llamado mula), tras hacerse un esguince en el tobillo.
Poco después llegamos a nuestro destino, las Gafas del Atlas, dos lagos adyacentes enmarcados en las montañas de esta preciosa región. Nos reciben con tambores. Nada más llegar nos tumbamos sobre la hierba a la orilla del lago exhaustos.
Después de comer, un baño exprés en las profundas y tibias aguas del lago nos devuelven las fuerzas para afrontar el camino de vuelta. La verdad es que nos habríamos quedado una vida entera ahí dentro, por lo menos una tarde, pero la noche y el cielo amenazaban con estropearnos la vuelta. No lo conseguirían.
Nos separamos en dos grupos para volver. Teníamos bastante prisa. Ahí estábamos, cuarenta chavales trotando entre los campos y esquivando cardos, con un fotógrafo en burro y dirigidos por Abdelah.
No soy el único que avanzó con la energía y la forma física de este señor tan agradable. Ya andando por la carretera, nos permitimos menos algún que otro sprint.
Pero de pronto empieza a llover, y nuestra reacción no es otra que ponernos a cantar como posesos, mientras alegramos el paso. Sigue lloviendo. Seguimos cantando. Cada vez llueve más fuerte y cantamos más alto. El sol, el arco iris y el espléndido paisaje acompañan a este grupo de chavales que disfrutan cantando bajo la lluvia. Ninguno de nosotros quería estar en un lugar que no fuera ese, mojándose y dejándose la voz codo con codo. Creo que agotamos todo el repertorio musical español de las cuatro últimas décadas. Por fin, llegamos al final, calados hasta los huesos y con una sonrisa de oreja a oreja, después de la mejor caminata de lo que llevamos en ruta.
De vuelta al campamento, cercamos en torno a la hoguera. Es curioso como el crepitar del fuego resulta tranquilizador a la vez que hipnótico. Encima, un cielo estrellado supervisaba la noche. La verdad es que era ambiente mágico. Y la magia estuvo presente buena parte de la noche. A veces, uno sólo necesita una guitarra y unas pocas personas para sentirse en su sitio. Era una noche preciosa y ninguno queríamos que se pagase el fuego. Nos veíamos las caras iluminadas, y las canciones dejaran paso a las reflexiones. ¿Qué es la Ruta Inti? Os preguntaréis a estas alturas. Pues la ruta es, aquello, un momento de comunión en el que un grupo de personas, de muy distinto tipo y procedencia, pero con una cosa en común, la pasión por vivir y por lo que hacen, comparten esa pasión y crean un vínculo entre ellos y todo lo que les rodea. La ruta son las personas. Conforme avanzaba la noche las reflexiones y sentimientos alimentaban un fuego que era solo una excusa para expresar todo lo que hemos sentido durante estas tres semanas tan intensas. Para mí fue un momento mágico. Uno de esos momentos por los que te atreves a venir o decides volver.
Los abrazos siguieron a las palabras. A veces no somos conscientes de lo que un buen abrazo puede conseguir, y de lo necesario que es. Poco a poco la gente iba marchando, y algunos soñadores se quedaban delante del fuego. Se asaron patatas y se intentó cazar un jabalí con lanzas improvisadas. Pero cuando todo el mundo se hubo ido, allí seguía el fuego. La llama que sigue muy viva y no se pagará a pesar de la lluvia.