
El color del Atlántico por María Laín
De camino a Cádiz hicimos escala en Jeréz de la Frontera. Nuestro guía, que era probablemente cómico de la Paramount, nos amenizó la visita al tiempo que nos explicaba la relevancia de Ceres, la diosa romana de la agricultura, de quien toma el nombre la ciudad. Las curiosidades abundaban. Una plaza, como una máquina del tiempo, conserva tres edificios de tres siglos distintos: XIV, XVII y XX. La Catedral mezclaba tantos estilos que nos confundió hasta el punto de preguntar la forma de destruirla, en lugar de construirla. Pero si hay algo típico de Jeréz, es el vino, y tras una detallada explicación sobre sus sabores y crianzas, estamos preparados para una ir a una cata con el Tío Pepe y “montar un zarao”. Así es el salero andalúz.
La llegada a Cádiz viene anunciada por el mar. Nada mas dejar las mochilas en la Casa de la Juventud, corrimos a la playa de la Caleta. Un baño antes de comer nos abre el apetito y, cobijados a la sombra del antiguo balneario que se engarza a lo largo de la arena, comemos mientras nos secamos. La tarde discurrió haciendo talleres en la playa, entre fotógrafos y periodistas de los diarios de Cádiz.
El ayuntamiento nos había cedido la Plaza de los Palilleros como escenario de nuestra performance y hacia las siete comenzó el espectáculo. El grupo de teatro improvisó a gusto del público; el dúo de flauta y guitarra creó un silencio absoluto; el coro levantó la algarabía y la danza tribal nos hizo vibrar al ritmo del tambor, mientras Erick, pintando, nos dedicaba un nuevo “Elogio a la espalda”. Pero si algo hay que destacar de la noche, fue la actuación de Ricardo, que unió al grupo en una sola voz tocando el clásico “Soldadito marinero” con la guitarra. La emoción creciente culminó con una batucada general, en la que cada rutero hizo sonar sus platos y cubiertos, siguiendo la percusión del Jefe de campamento. Las iniciativas nacen así, de la nada.
Para dormir, nos trasladamos a un colegio situado junto a la Puerta de Tierra, la muralla maciza que divide la ciudad en zona nueva y antigua. La noche sonaba a olas rompiendo y nos acostamos mecidos por su cercanía.
Fotografía: Teresa Cabanillas