
El cofre de Córdoba por María Laín.
Nos hemos despertado sin ruido a las 5 am, con el buen recuerdo del espectáculo de la noche anterior. Antes de que aclarara, estábamos dormidos en el autobús, dirección a Medina Al-Azhara, la “ciudad brillante” construida por Abderraman III. Los vestigios de su hogar, bajo la sombra de Sierra Morena, nos dejaba intuir la elegancia y el sosiego que debió reinar en aquel apartado paraje.
De nuevo estamos en el autobús y Córdoba parece un cofre sellado. Tras una breve visita al Museo Arqueológico, La Mezquita se abre al calor del mediodía y nos acoge en su amplio recinto de mármol fresco y columnas. Se respira una atmósfera de respeto embriagador. Álvaro Romero, un compañero de ruta nos explica la historia y la arquitectura de la construcción. Sorprendentemente, en el centro del entramado de arcos de media luna, se erige una catedral que, de algún modo, se integra, sin romper la estética del lugar. La armonía no se inmuta a nuestro paso, que se dirige alegremente al Taller de Cuero, típico de la artesanía cordobesa. En su sótano se acumulan riquezas: cofres, bolsos, cojines, cuadros y tableros de ajedrez. El artesano nos explica, con una demostración, la técnica del repujado: el cuero humedecido se marca con punzón y, aprovechando la elasticidad del material, se deforma con plastilina para obtener el volumen del decorado. Más tarde, se endurece con pegamento y se le da color. Resulta curioso cómo persiste el olor del cuero, a pesar del uso y el tiempo.
Al salir del taller nos encaminamos hacia la biblioteca donde, una vez acomodados en una sala con aire acondicionado, Clement nos relata con llaneza la travesía, de un año de duración, desde su país de origen, Camerún, hasta el nuestro. Siete años de éxodo, y hoy es un hombre formado, que ha seguido con firmeza y valor su camino, aunque para lograrlo tuviera que comer basura durante un mes. Una vez cumplida su meta, sólo desea volver a casa y ver a su familia. pero aún debe conseguir los 700 euros que cuesta el billete.
La tarde caía mientras esperábamos la cena tumbados en un parque. Un bocadillo de nocilla nos dió energía para despedir a la ciudad viendo un espectáculo nocturno de agua, luz y sonido en el Alcázar. Finalmente agotados, llegamos al pabellón. Los grillos cantan fuera y dentro, y me parece que el cofre remachado de Córdoba se abre lentamente en la madrugada.
Fotografía: Teresa Cabanillas