
Por Victor Torres (Limo), expedicionario de las expediciones 2015 y 2016:
Ya la noche de antes, Adrián, el subdirector de la ruta, nos avisó de que nos podría ocurrir algo de los que nos acontecería en nuestro salto a tierras marroquíes. El día comenzó con bromas irónicas sobre el extremo frio que hacia por la mañana en Cádiz, del cual nos había avisado un inteño del año pasado como si eso fuera Laponia. Tras levantarnos a la hora a la que aun no han puesto las calles y recoger a la mayor velocidad que nuestro sueño y nuestras legañas nos permitían, nos dirigimos a Algeciras con la inocente intención de coger el ferry a las 10 de la mañana. ¡POBRES ILUSOS!
Tras llegar con tiempo y rellenar el documento necesario para cruzar el estrecho… SORPRESA!! Retraso hasta las 14:30, por lo que para que nos nos despendoláramos en la sala de espera, nos dejaron un tiempo libre que empleamos en visitar un bar en el que disfrutaríamos de la gastronomía local, aprovechando que era el cumpleaños de Igni, un rutero que cumplía 21 añazos, celebrándolo como Dios manda. Tras volver con la intención de embarcar habiendo saciado nuestro apetito y sed, nueva sorpresa: ¡¡otro retraso!! Y esta vez hasta las 16:30… Ya por fin en el ferry, empezaron las actividades cotidianas entre los ruteros, tales como sacarse fotos de postureo mirando de manera interesante y profunda hacia el mar o imitar la mítica escena de Titanic.
Tras un viaje placentero, llegamos por fin a Marruecos, donde nos esperaba otro nuevo retraso, pero este no nos pilló con los brazos cruzados y muchos lo aprovechamos para recuperar las horas de sueño que nos faltaban debido al madrugón.
Todos estos retrasos hicieron que todo el planing del día se fuera al garete, llegando tarde al camping donde montamos tiendas más lento que de costumbre debido a que la mitad estábamos cansados y la otra mitad aun nos estábamos desperezando del sueñecito que nos echamos en el bus de camino al lugar de acampada.
Después de levantar campamento, nos dirigimos a una sorpresa que era un secreto a voces: una cena en Tánger. De camino a donde nos la habían preparado, las miradas de todo el paseo marítimo por donde pasábamos se clavaban en nosotros, siendo todas ellas una mezcla de reacciones entre las personas que nos observaban, ya que debe de resultar chocante ver desfilar por tu ciudad a un grupo de cincuenta y tantos chavales de amarillo. Intentando ser neutrales, a pesar de llamar estrepitosamente la atención gracias al color de las camisetas, llegamos al restaurante donde al sentarnos. A muchos se les acabaron las pilas, que parecieron recargarse parcialmente tras cenar y que rebosaron de energía cuando empezaron a tocar música tradicional de la zona, la cual nos hizo levantarnos del asiento como poseídos por el ritmo de los instrumentos, haciéndonos olvidar que era una hora cercana a las 2 de la madrugada.
La organización tuvo que parar esta vorágine de palmadas, saltos y canticos, ya que si por nosotros y por los músicos hubiera sido, nos hubieran dado las 6 de la mañana y hubiéramos seguido bailando desenfrenadamente. Tras la fotito de rigor, nos dirigimos al campamento donde, a pesar de que estábamos cansados de este día tan sedentario y posiblemente el menos movido de la ruta y uno de los mas agotadores, estábamos tan arriba que no teníamos ganas de otra cosa sino de seguir de marcha. (O eso creíamos hasta que vimos el saco de dormir…)