
La ciudad de las sorpresas. Por Javier Terrero.
Marrakech es una ciudad de sorpresas. La aceras se entrecruzan sin lógica en un plano impreciso, se doblan en esquinas y callejones sin salida, se despliegan en plazas cercadas de único acceso, se pierden a si mismas al fusionarse con otras mayores.Un invisible orden se recubre de pretendido caos, perfectamente diseñado para el disfrute de los foráneos.
Una gymkhana por la ciudad permite a la expedición descubrir sus entresijos. Las pruebas son diversas, todas encaminadas a un conocimiento más profundo de la historia y la cultura de la urbe.
Destacables son la visita a la antigua mezquita de kotoubía, cuyo minarete es modelo para la posterior giralda de Sevilla, al palacio real del s. XIX o a un taller de ebanistería. La influencia del Imperio Almohade, que confió en la ciudad de Marrakech como capital, se vislumbra en los restos históricos, en las madrazas, en las piedras que, ciegas testigos de aquel tiempo, se mantienen aún en pie confirmando quienes somos.
Los desafíos propuestos en cada parada hacen más atractiva la actividad. Buscar las columnas de un templo perdido, la especie de árboles que presiden patios que reyes de mil naciones cruzaron o resolver el acertijo que abre una caja misterio permite que, por un momento, la expedición se sienta inmersa en una gran ficción novelesca.
Tarde de tiempo libre. Los expedicionarios se camuflan en el gentío de las vías comerciales. Algunos, más osados, cansados del asfixiante fluir de grandes ríos humanos, se desvían hacia afluentes menores, pequeñas vías gremiales menos transitadas, donde artesanos trabajan sus productos a la entrada de sus talleres. La ciudad es un mosaico de tonalidades y sensaciones.
Mañana termina el sueño que juntos hemos construido estos 37 días de aventura. Ya no hay marcha atrás posible ni lágrimas que retrocedan a aquella fachada, a aquel pueblo montañoso, a aquella conversación que te hizo ver una realidad paralela, quizás más pura e inquietante que la que nunca jamás transitaste.
Asumamos pues que llega el final de este viaje y grabemos en la retina las calles de Marrakech una vez más, para que puedan permanecer en nosotros, en forma de dulce recuerdo, para siempre.