
Por Ana Pérez, expedicionaria.
Hoy el despertar ha sido plenamente de campamento, con tanto los sacos como la ropa que inocentemente dejamos ayer fuera cubiertos del rocío mañanero que ha hecho que secarlas sea imposible. Con picaduras de mosquito complementando la humedad que teníamos encima hemos desayunado rápidamente para volver a recorrer el camino por medio de la nada de vuelta a los buses.
Cuando ya creías que este emocionante día había llegado a su fin aparece Marta, nuestra compañera con una enfermedad rara, que nos ha hablado sobre la “historia de su vida” que ha sido increíblemente apasionada y con ese toque de humor que caracteriza a Marta. Nos ha relatado cómo fue, y no sólo eso, si no que nos ha dado ciertos consejos para tratar a los niños con enfermedades raras con los que tendremos mañana un voluntariado. Todos nos hemos concienciado al menos en parte de lo que esto supone, y sobre todo cómo tener una actitud de sentirnos afortunados con todo lo que tenemos. Ella misma dice que esta experiencia “es muy grande, no sabéis cuanto” y que se siente “con suerte”, aunque creo que la verdadera suerte es nuestra por conocerla y que nos aporte tanto.
Sin duda cada día en la Ruta aprendo todo lo que aún tengo que aprender, y toda la gente maravillosa que está dispuesta a enseñarme.