
Por Susana Millán, expedicionaria de la edición 2016;
Para ver un buen cielo lo mejor es alejarse de la ciudad, caminar hacia un lugar desconocido y tumbarse bocarriba sobre el suelo. Admirar el sol naranja sobre el horizonte y cuando baje rápidamente y comience a oscurecer, rodearse de gente que aleje el frío (físico y metafórico). Comenzarán entonces a salir las estrellas y a formar constelaciones. Primero se verán las más brillantes, iluminando un fondo negro y profundo. Son las más evidentes, pero para formar los dibujos son necesarias también esas otras que tardan más en ser descubiertas, que no se ven tan fácilmente pero esconden colores e historias. El día de hoy, libres de contaminación y en lo alto de un montecillo, es el momento perfecto para apreciarlas sobre la oscuridad de la noche y sentirlas más cerca que nunca, rodeadas y conectadas por la vía láctea.
Si añadimos a esto historias y música compartida entre las rocas de un complejo megalítico, tendremos el esbozo de uno de los momentos más emotivos de hoy. Tras una visita a un centro de ancianos en la que hemos cantado e intercambiado vivencias y vivacidad, y un tiempo libre en la piscina con mucha adrenalina para algunos de nosotros (tranquilos, solo me refiero a trampolines), la imagen del cielo nocturno sobre nuestras cabezas ha sido el cierre perfecto a la jornada. Aunque quizá esto no sea solo un relato de ese momento, sino de mi concepción del transcurso de la ruta en general. Pero eso ya es cosa de segundas lecturas.
One comment
ANA ROSA TRUJILLO EGUILETA
28 julio 2016 at 15:47
Muy emocionante. Consigue transmitir sensaciones y sentimientos.
Gracias.
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