
Por Javier Terrero.
Última jornada de descubrimientos antropológicos. Mañana abandonamos la Marruecos profunda. Hoy es uno de esos días que saben a despedida y tristeza.
Mañana de voluntariados. El trabajo a realizar es aplanar un terreno para su posterior cultivo. Los expedicionarios transportan piedras de las zonas más altas a las áreas más deprimidas bajo el sol del mediodía. A decir verdad, resulta un esfuerzo inútil debido principalmente a la escasez de herramientas. El conocimiento técnico, que les permitiría agilizar el proceso, brilla por su ausencia en estos pueblos tan alejados de las grandes urbes.
Pronto varios miembros de la expedición descubren un problema: Las zonas más hundidas que se pretenden nivelar son, en realidad, los canales que de forma natural conducen el agua de la lluvia. Cada varios años, según nos explican, una enorme riada inunda todo el valle y sería útil aprovechar esa ventaja.
Desgraciadamente, el hombre que nos acompaña no habla otro idioma que bereber. Este obstáculo impide que comprenda el error que se está llevando a cabo y que, más que ayudar a la población local, la expedición la está perjudicando. Cualquier intento de comunicación termina con repetidos aspavientos, señalando el terreno a aplanar de manera insistente, lo que encrispa más los ánimos de todos nosotros. Algunos ruteros se desesperan y, ante la imposibilidad de encontrar una solución, las actividades de voluntariado se suspenden.
Con el disgusto reciente, los expedicionarios se dirigen al río. Estando parte del grupo ya en el agua, algunos bereberes se acercan y nos advierten de la existencia de sanguijuelas. Se suspende el baño y la expedición, frustrada ante tan negativo acontecimiento, decide finalmente dirigirse al lugar donde nos hospedamos y esperar pacientemente la comida.
La tarde resulta ser bastante más productiva. Descendiendo el camino del río, la expedición llega a una cascada. Sobre alfombras extendidas en el suelo, los ruteros disfrutan de una tarde distendida de música, coloquio y juegos. Las montañas cercanas tapan el sol y la sombra nos cubre por completo. Se empiezan a escuchar los primeros comentarios de tristeza por la proximidad del final de este viaje.
Eric, nuestro coordinador del aula de pintura, improvisa un lienzo en blanco y negro. La técnica es asombrosa. En función de nuestros movimientos, nuestro artista modifica la pintura, una y otra vez, hasta que toma una forma definitiva.
Casi anocheciendo, la expedición emprende el camino de regreso. Aprovechando el cielo despejado, nuestro expedicionario experto en astronomía nos muestra las principales constelaciones en el cielo marroquí y aporta una serie de conceptos teóricos sobre la visibilidad de las estrellas en los diferentes momentos del año.
Así, rodeados del sabor de la montaña, la expedición termina por dormirse. La luna, desplazándose lentamente a lo largo de la noche, nos vigila atentamente.