
Por Sandra Barrio, expedicionaria.
El primer pensamiento de los expedicionarios al despertar seguramente haya sido que hoy sería un día duro. Una observación nada desencaminada de la realidad.
Como cada mañana, los ruteros, tras coger fuerzas en el desayuno, se encaminaron a una nueva jornada, que hoy sería el la más dura en lo que lleva de tiempo la expedición.
Cuenca recibió a nuestros ruteros con los brazos abiertos y les abrió el paso hacia su maravillosa serranía.
Por las calles de la cuidad, Patrimonio histórico de la Humanidad, el grupo comenzó a animarse entre risas y canciones con prudencia, pues parecía aconsejable guardar la mayor cantidad de energía posible para lo que acontecería después.
Así, cada uno a su ritmo, emprendieron la subida por el pedregoso y empinado cerro de socorro. Cada uno, dentro de sus propios límites, se puso a prueba a si mismo descubriendo hasta donde llegaba su resistencia y muchos se sorprendieron a si mismos en la cima, sin aliento, pero con el orgullo de haber conseguido subir.
Lo siguiente fue la bajada a la hoz del Huécar seguido de una subida al punto más alto de la serranía de Cuenca, en donde la expedición se detuvo a admirar, entre selfie y selfie, las vistas que decoran el paisaje conquense.
Agua, gente increíble y ese hermoso paisaje, nada más fue necesario para sentir felicidad.
Con calma comenzó el descenso a la realidad con un alto en el camino para refrescar las ideas en el río Júcar. Después, callejeando el casco antiguo, llegaron a la catedral, y allí acudieron al ayuntamiento a la recepción con el alcalde de la ciudad, Ángel Mariscal, que ofreció a nuestros jóvenes una cálida bienvenida y, posteriormente, una deliciosa cena en un restaurante tradicional de Cuenca. En el menú no faltaron productos tradicionales como el ajo arriero o queso frito entre otros.
Y, con el estómago a rebosar y una impresión más que buena de Cuenca y su gente, se fueron a descansar con la seguridad de que algún día volverían a esta encantadora ciudad.