Pablo Valera Hernán-Pérez, Madrid.
Pablo tiene 21 años y es expedicionario del Grupo 5 de Ruta INTI. Estudia cuarto de farmacia en la Universidad Complutense de Madrid.

Al despertarme hoy a las 7 de la mañana, estaba feliz bajo mi mosquitera, viendo cómo la gente empezaba a levantarse para recoger sus macutos, mientras escuchaba a 3 o 4 personas cantar para darnos ánimos y coger fuerzas para el día. La verdad es que las necesitaba, físicamente hablando, ya que ayer estuvimos 3 horas jugando al baloncesto y las agujetas de hoy son horribles.
Suerte la nuestra, aparte de los ánimos del grupo, intendencia nos ha proporcionado pan con aceite y azúcar para desayunar. Y eso ha generado un subidón grupal.
Hemos asistido a una charla de gran valor social y ecológico, ya que Fernando Valladares ha dedicado su tiempo a hacernos ver y entender el cambio climático. La frase con la que ha abierto y cerrado su intervención ha sido la siguiente: “La ventana se cierra, pero aún está abierta”. Nos quedan entre 15 y 20 años buenos, es una realidad. La industria cárnica no hace el esfuerzo para disminuir sus cantidades, la energía que se produce es el doble de la que se debería producir, y encima está horriblemente distribuida; la temperatura sigue aumentando y en 20 años, los polos, aun con las mejores políticas de reducción de emisiones, se estima que desaparecerán. Sin embargo, no todo está perdido, como menciona Fernando, todavía existe la posibilidad legal y social de cambiar el sistema (un ejemplo fue Brasil, donde la sociedad se opuso a las políticas de Bolsonaro). El esfuerzo individual es clave en esta lucha, y poco a poco la sociedad se muestra más atenta e involucrada en esta partida de ajedrez, que es lenta y tediosa, pero si se juega correctamente, llevará a la victoria. Nuestra calidad de vida se verá reflejada en ese esfuerzo y ayudaremos a las generaciones futuras a enfrentar mejor su responsabilidad con nuestra casa y hogar, la Tierra.
Después de estar en el centro cultural de Cansahcab escuchando a Valladares, continuamos con los talleres habituales que hacemos los ruteros. Me decanté por el taller de símbolos mayas, utilizando un fieltro amarillo en el que dibujé varios símbolos de animales y mi luna astral. Lamentablemente, no pude terminarlo debido al tiempo, pero incluiré mi nombre con letras mayas. El segundo taller trató sobre la inmigración, explorando conceptos, falacias, la situación actual y posibles soluciones. Este último taller abrió mi mente respecto a formas de abordar el problema y me proporcionó más herramientas para ayudar a las personas en el futuro, si tengo la oportunidad.
La comida de hoy consistió en frijoles con cebolla, zanahoria, pepinillo y atún, para obtener nuestra dosis de proteína en la comida. Durante la misma, Fif sacó el buzón correspondiente a la noche anterior, que por cuestiones de organización no se pudo leer. Como siempre, tuvimos una divertida batalla entre el Coati amarillo, el quetzal azul y el Fénix leproso, además de las notas habituales de nombres y poemas. Luego recogimos nuestras mochilas y pertenencias para subirnos al transporte y comenzar la caminata. Me encantó el viaje al inicio de la caminata; estar ahí con mis amigos, apretujados y con mochilas en un camión de policía. La brisa de la carretera golpeando mi cara mientras escuchaba las risas de todos mientras llegábamos. Una vez que bajamos, empezamos a caminar por un sendero de carretera y nos agrupamos para hablar de cualquier cosa. Conversar con alguien mientras sudas hace que el camino sea más fácil, y para mí, se reduce a un simple paseo junto al río. No piensas en el peso que llevas, en el cansancio y en el sudor; vas alegre, sabiendo que en un par de horas la caminata habrá terminado.
Estuvo lloviznando durante alrededor de una hora y, dado que comenzamos a las 6, la noche cayó rápidamente. Todos estábamos un poco cansados debido al horario y, además, yo casi no veía porque mi linterna frontal estaba rota y solo funcionaba la luz roja. De repente, entramos en una zona de manglares, un lugar único donde coexisten tanto la fauna terrestre como marina, así como la flora. Es una guardería de animales que, una vez que dejan de ser juveniles, abandonan este lugar (aunque el manglar siempre tiene su propio nicho ecológico). Mientras caminábamos, vimos dos caimanes y algunos pececillos.
Finalmente, llegamos y fue un alivio. Nos tiramos al suelo y descansamos mirando las estrellas, observando el triángulo de verano: Casiopea, Cefeo y el Águila. Luego tuvimos una reunión informativa y montamos la tienda junto al mar, esperando el amanecer al día siguiente.
Esta ruta me está haciendo apreciar mi suerte por vivir donde vivo y encontrar placer en cosas pequeñas y aparentemente sin importancia. Me ha abierto los ojos al mundo que nos rodea.