Carlos Vidal Pérez, Castilla y La Mancha.
Carlos tiene 22 años, es de Ponferrada, y es expedicionario del Grupo 8 de Ruta INTI. Es graduado en Física de la Universidad Complutense de Madrid.

Amanecimos de nuevo en Cansahcab y en esta extraña ilusión en la que se está convirtiendo Ruta Inti. Como todas las mañanas, Ester nos despertó con su tradicional cajón, su guitarra y esa voz llena de ternura que tan familiar se nos hace ya, y a la que siempre acompañan los primeros rayos de sol de un pueblo que despierta. Algunos intentamos remolonear en la esterilla, pero rápidamente nos vimos caminando con las botas puestas y aún legañosos hacia la plaza del pueblo. Allí, Arnau y Elena nos dieron una clase magistral de zumba y, pese al sudor, lograron que nos olvidásemos del sueño y que empezaran a aparecer esas sonrisas que tanto caracterizan los días aquí. Comenzaba una nueva aventura.
Mientras volvíamos al campamento, me separé brevemente del grupo y pensé en lo curioso que era que el mismo lugar, la misma gente y el propio paso del tiempo pudiesen ser percibidos de formas tan distintas según los ojos con los que los mirásemos. Las personas que el primer día no eran más que caras anónimas, iguales a las de cualquier desconocido con el que nos cruzásemos por la calle, en tres semanas se habían convertido en amigos irremplazables en una tierra de la que cada vez nos sentíamos más parte. De igual forma, el paso del tiempo también tiene una magia confusa aquí. Todo es muy efímero y muy largo a la vez, todo pasa muy rápido y muy lento, todo es muy intenso y no lo suficiente. Cuando miramos el reloj a las diez de la mañana, sentimos que fácilmente podrían ser las cuatro de la tarde. Pero cuando llega el momento de irnos a dormir, siempre creemos que no nos ha dado tiempo a nada. Los días se recuerdan como semanas y las semanas como meses. La expedición está siendo simultáneamente una vida y un suspiro. Me encontraba entre estas meditaciones cuando llegamos al campamento.
Tras haber tomado un poco de distancia con el presente y darme cuenta de dónde estábamos, tocaba volver a meterse en la burbuja. Desayunamos unos cereales que ya nos sabemos de memoria y algunos nos pusimos en camino a una granja escuela para conocer a unos niños que iban a visitarla. Allí pudimos hablar y jugar tranquilamente con ellos y sus maestros, ordeñamos cabras y recogimos huevos. Nos enseñaron todo tipo de plantas con olores y propiedades interesantes, y me atrevería a decir que en muchas ocasiones nosotros mismos volvimos a ser más “niños” de lo que en principio eran los demás. Recuperamos esa curiosidad que nos hacía maravillarnos descubriendo lo que en realidad está por todas partes. Cuando los niños regresaron al colegio, me quedé con la sensación de que hay pocos placeres mayores que escuchar a una niña de 9 años contarte apasionada cómo juega con su gato. O que un niño de su misma edad te pregunte cuándo vais a volver porque le da mucha pena dejaros. Al quedarnos solos, el propietario de la granja, en línea con la infinita hospitalidad con la que nos han tratado en este pueblo, nos ofreció quesos caseros, leche, bizcocho, aceite de oliva e incluso tequila que supieron a verdadero manjar. También nos enseñó todo lo que nos faltaba por ver en la hacienda, dejándonos con la impotencia de no poder encontrar las palabras, los gestos o los actos suficientes para agradecerles todo lo que estaban haciendo por nosotros.
Volvimos al campamento y por la tarde seguimos rotando por los talleres que no habíamos probado: piñatas, jaranas, bombas yucatecas, pulseras, herboristería… Antes de cenar, tuvimos las últimas Aulas de Formación con Nelson (Miscelánea), Javicho (Biología), Ester (Música) y Limo y Marina (Historia y Antropología). En mi caso, reflexionamos con Nelson sobre la muerte, sobre la importancia de saber despedirse y de decir adiós, sobre no ignorar la pérdida y ser consciente de que siempre va a ser una parte más de la vida. Hicimos un ejercicio para despedirnos de alguien a quien echásemos de menos, ya fuera porque había fallecido o porque habíamos perdido el contacto con él. Esto arrancó varias lágrimas entre nosotros, lágrimas de amor y de nostalgia que tanto dicen de lo que nos importan las personas a las que queremos o quisimos. Y por supuesto, esto también generó algún debate postcharla que nos ha permitido recorrer tantos caminos.
Para terminar el día, Ester, la chica de la sonrisa eterna, la que lleva magistralmente el aula de música, la que nos pega las canciones, la que tanto nos ha amenizado las mañanas y las tardes, la que nos ha cuidado solo con su presencia y la que tanta pasión y bondad pone en todo lo que hace, nos anunció que se iría al día siguiente. Estamos en ese momento en el que las despedidas empiezan a doler porque sentimos que se nos va una parte fundamental de la Ruta y de nosotros mismos. Pero como habíamos aprendido con Nelson, nos despedimos, agradecimos y dijimos adiós.
Con todo ello y como no podría ser de otra forma, empezamos a sentir que la Ruta se acababa. Es imposible no desear de vez en cuando poder parar el tiempo, abrazar a nuestros amigos y decirles lo mucho que los queremos y lo agradecidos que estamos de todo lo que han hecho por nosotros sin saberlo. Rara vez hablamos de estas cosas que pensamos de otras personas, pero cuando las etapas terminan y la vida se nos hace cuesta arriba, volvemos a ellas y a sus recuerdos y los utilizamos como salvavidas para encontrar la tranquilidad que necesitamos. Ahora nos encontramos en un momento en el que podemos ser conscientes de que nuestro presente es lo que dentro de poco se convertirá en el pasado que añoraremos. En un momento en el que la incertidumbre se ha convertido en nuestra rutina. En un momento en el que cada vez miramos más a lo que nos rodea: las estrellas, los bichos, las plantas, otras personas y a nosotros mismos. Un momento en el que estamos rodeados de una rebeldía, una valentía y una creatividad que nos despiertan tanta admiración. De gente a la que soñábamos con conocer cuando la soledad parecía que iba a ser la constante de nuestras vidas. De conversaciones inagotables sobre el derecho, la religión, los abuelos, la pobreza, el sufrimiento, la admiración, la enfermedad, el cine, el olvido o las anécdotas más irrelevantes de las vidas de las personas. Aunque parezca paradójico, muchos de nosotros sentimos que estamos descansando gracias a cansarnos. Y muchos nos acordamos de aquellos niños de la ESO que en algún momento se encontraron perdidos, buscando un mundo que no sabían si existía y que ahora hemos descubierto que no solo existe sino que está lleno de gente. Muchas gracias a todos los que han puesto su sudor para construir precisamente estos mundos. Y muchas gracias a todos los compañeros por la preocupación que mostráis día a día hacia los demás. La Ruta sigue, y es a través de estos momentos y reflexiones que estamos encontrando significado en cada paso del camino.