
Tierra
Después de despertarnos en nuestros respectivos colegios, los ruteros nos hemos reunido para tomar nuestro último desayuno en Meknes y despedir a Natale, el monje franciscano que nos ha ayudado en la ciudad.
Luego hemos cogido un bus, con bastantes itvs atrasadas, que tras una hora nos ha dejado en Fez, nuestra parada durante los próximos 3 días. Al llegar hemos tenido que atravesar unos túneles, que no sé si son parte de un edificio o de la propia calle. Hemos llegado así a duras penas por los bártulos que acarreamos a la puerta del hotel que será nuestra residencia aquí.
De escaleras empinadas y a pesar de la escasez de espacio, se siente acogedor y la decoración y la distribución recuerda dónde nos encontramos.
Tras una distribución algo caótica hemos tenido tiempo de talleres. Tras las celosías llegaba el sonido de los instrumentos de los músicos de la Ruta, así como las voces de las charlas de debate y explicaciones que se formaban alrededor del patio interior, formando una atmósfera que ya a estas alturas de la ruta me da la sensación de familiaridad extrañamente reconfortante.
Tras degustar un contundente cuscús tradicional, hemos salido a explorar una de las partes en que se divide la ciudad de Fez, aquella perteneciente al siglo XIV. Hemos recorrido calles empinadas y amarronadas bajo un sol de justicia, haciendo una agradable parada en los jardines Ynane Sbil, y pasando por sucesivas puerrtas del palacio real con su habitual secretismo.
Nuestra visita cultural ha terminado en su mirador, dejando a nuestras espaldas unas ruinosas y antiguas tumbas y observando la ciudad de Fez. Mucho más grande y extensa de lo que imaginaba, queda patente admirándola desde las alturas, sus colores terrosos, como si la arena del desierto la hubieran recubierto, como antesala de la aventura que nos espera.
Tras esto hemos podido callejear entre las tiendas y aprivisionarme de los correspondientes dulces. Despúes de la cena, me dispongo a dormir, sintiendo la brisa de Fez comiendo entras las esquinas.