
Juntas a personas que no se habían juntado antes y el mundo cambia. A veces no nos damos cuenta, pero el mundo ha cambiado, no obstante. Creo que eso lo he aprendido este último mes. Cambia porque en conjunto lo inalcanzable se convierte en alcanzable y lo intangible en tangible; y Ruta Inti va justo de eso.
El día 8 de agosto nos despertamos, por primera vez, en nuestro último campamento: el castillo de Drummohr, en Edimburgo.
El campamento se ubica al norte de la capital escocesa, y desde él tenemos unas vistas incomparables al Mar del Norte. A escasos metros de las tiendas de campaña, cuadras de caballos y un castillo del s. XVIII (¿cuántas veces hemos acampado en un castillo en nuestra vida?). Finlay, el entrañable y amabilísimo dueño del terreno, nos cuenta la historia de Drummohr y del incendio que asoló a esta fortaleza, que fue de gran importancia en las revueltas jacobitas.
El despertar va acompañado de música. Las ruteras saben que la expedición se acaba y quieren hacer de ese despertar la banda sonora del epílogo de nuestro viaje.
Todavía con la poesía en el aire desayunamos. Algunos aprovechan para recoger leña para una hoguera que encenderemos por la noche.
Las actividades de la mañana comienzan con una conferencia impartida por Patricia Andrés, directora de cine que nos habla del séptimo arte y feminismo. Con ella tenemos un interesantísimo debate plagado de recomendaciones de películas y series que, analizadas con perspectiva de género, muestran la realidad del machismo en la cultura imperante.
Tras la charla partimos hacia Edimburgo, donde disfrutamos de un tiempo libre hasta la mitad de la tarde. Es en ese momento cuando aprovechamos para descubrir una ciudad copada por un festival que por su vasto carácter y larga duración está considerado por muchos como el evento cultural más grande del mundo: el Edinburgh International Festival. Las calles relucen con teatro al aire libre; hay música en directo, titiriteros y un ambiente lúdico acompañado del inesperado sol de Escocia. Aprovechamos para comer, comprar algunos souvenirs y visitar el castillo de Edimburgo y el Museo Nacional de Escocia, donde se encuentra la oveja Dolly, el primer mamífero clonado de la historia.
Regresamos al campamento sobre las seis. Allí aguardaba el segundo conferenciante del día: Denis Rutovitz. Rutovitz es la muestra viva de que la experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede. Es Doctor en la Universidad de Edimburgo, médico en campamentos de guerra en los principales conflictos mundiales de los últimos 50 años y director de Edinburgh Direct Aid, una ONG de apoyo a refugiados. Rutovitz, con 91 años y atleta de medias maratones, nos explicó la cuestión de la migración desde el punto de vista de quien se lanza al mar porque es más seguro que quedarse en tierra. Nos habló de la labor de las ONGs en estos conflictos y de la dureza de perder compañeros por intentar ayudar a otros. Es difícil ser valiente si sólo te han sucedido cosas maravillosas. Él es vida, y durante su conferencia nos impregnó de ella.
Al concluir nos esperaba una de las sorpresas del día: Finlay y sus amigos nos habían preparado un espectáculo con danza tradicional escocesa donde aprendimos a bailar al ritmo de los céilidhs. Las carcajadas sonaban tanto como las gaitas y si la danza es el lenguaje oculto del alma, aquél fue un momento de unión que será imborrable en nuestras mentes.
Cuando los estómagos empezaron a rugir encendimos una gran hoguera que acompañó la cena que Intendencia nos tenía preparada. Siempre es un buen momento para reconocer la encomiable labor de cada una de las personas de Intendencia, piezas clave para que la Ruta salga adelante, por lo que aprovecho estas líneas para darles de nuevo las gracias.
Tras la cena comenzó un Talent Show que los ruteros llevaban mucho tiempo preparando. Fue, seguramente, uno de los momentos más íntimos y bonitos de la expedición. La creatividad es contagiosa y durante dos horas y media hubo música, baile, lecturas, monólogos, exhibiciones de Taekwondo y artes circenses, clown, alguna lágrima, muchas risas y magia en cada uno de los rincones del escenario. Y al acabar, ya con la madrugada sobre nosotras, Marta e Íñigo decidieron poner la guinda con música y danza tradicional de Euskal Herria. Quienes todavía no cedieron al sueño acabaron la noche intentando resucitar la hoguera que la lluvia había decidido apagar.
Ya acurrucado en el saco en mi cabeza retumba el mismo pensamiento: Juntas a personas que nunca habían estado unidas y a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. La Ruta trata justamente de eso; y aunque que acabe, en realidad empieza ahora.
Miguel Ángel, coordinador académico.