Nelson Montes Piñuela, Madrid. Nelson tiene 30 años, y es el coordinador del Equipo Médico de Ruta INTI. Es nuestro sexto cronista.

Existe un mundo más allá de nuestros ojos que lucha por existir en nuestras consciencias, y que —sin embargo— nos resulta habitualmente invisible. Desde el autobús que nos lleva desde la Hacienda Tabi en dirección a Campeche, donde podremos tomar contacto con una de las maravillas arquitectónicas más espectaculares del mundo maya (el Parque Arqueológico de Calakmul), no dejo de reflexionar sobre esos mundos perdidos que, no obstante, están ahí fuera, aunque no somos capaces de verlos en nuestro día a día.
La expedición de Ruta Inti ha comenzado su camino. El despertar de lo que pretendemos que sea un viaje iniciático para todas las personas que nos acompañan este año, ha empezado en medio de la selva, en un lugar donde las noches no cuentan con el ruido de coches y sirenas, sino con el de insectos y aves nocturnas; tampoco hemos tenido farolas para alumbrar nuestros paseos noctámbulos, sino estrellas y el brillo de los ojos de decenas de arañas al reflejar las luces de nuestros frontales. Tampoco se parece mucho a la vida que llevamos en nuestros hogares, con cosas tan simples como comer, lavar o meternos en la cama. Ahora todas esas tareas que realizamos de forma tan fácil y directa en casa se han convertido en un proceso sobre lo que tenemos que pensar.
Y las relaciones personales que aquí forjamos tienen poco que ver con las de allá. No es habitual que en cuatro días hablemos con personas desconocidas (cada vez menos) sobre nuestros miedos más intensos, las inseguridades que nos roban el sueño, o las diferentes formas de amor con las que contamos en nuestras vidas. Ni tampoco regalamos a nuestro entorno las lágrimas que se ocultan detrás de aquellas cosas que, diariamente, atraviesan nuestra piel y van directas al corazón.
No puedo describir la belleza que representa para mi este tipo de expediciones, porque quizás, ese mundo invisible que no vemos en el allá, en nuestros hogares, lo tengamos más cerca de lo que pensamos; sólo hace falta que nos pongamos nuestras botas y nos lancemos a la aventura.
Gracias a todas las madres y los padres que han contribuido a que hoy pueda curar mi ceguera de la mano de estas personas tan maravillosas. A cambio, les prometo que intentaremos cuidar lo mejor posible de todas las personas de la expedición, y —si es posible—, las haremos un poco menos ciegas a lo invisible.
Viva la aventura, viva Ruta Inti.